«Adviento», el reiniciarse de una nación

Bernardo Moncada Cárdenas:
«No se trata de la relación natural, vaga y genérica, del hombre con el Misterio, con Dios. ¡Es algo totalmente nuevo!, cuya comparación menos inadecuada es toparse de repente con la persona amada, con una persona familiar, que ofrece una ayuda segura mientras uno se encuentra extraviado, a oscuras, desvalido y destrozado…» Luigi Giussani
Estamos en la primera semana del anual cambio de modo que despierta progresivamente hacia el 24 y el 31 de diciembre. Independientemente de nuestras creencias; de que nuestra fe espere al Niño o, descreídos, nos dejemos envolver en la pública alegría.
Cada nuevo Adviento, el tiempo que culmina con la Navidad, presenciamos el reiniciarse de una nación. Es un curioso fenómeno que realiza el prodigio de sacarnos de la resignación cotidiana en que muchos sobreviven, para despertar inexplicable entusiasmo que, aún en los momentos más dificultosos, se plasma en los rostros y los hogares.
El comercio aprovecha para atraer compradores y la preparación de los modestos manjares navideños, para la mesa de los menos afortunados, se planifica con sabia administración.
Nos volcamos a preparar la corona de Adviento, construir el nacimiento o pesebre y alzar el arbolito, para alborozo de los niños, aunque el pino no sea muy grande.
Pareciera que el mundo en el trabajo entra en Pause por Navidad, y otro tipo de frenesí, casi infantil, entra en nosotros. Sabemos que es así y, sin embargo, caemos alegres en ese círculo de prisas, estrés, mezclado con ilusión también por lo que llega. Es un tiempo que, recurriendo cada año, nunca se repite, es siempre novedad.
En realidad, son pocos los días festivos de Navidad, pero suponen un verdadero paréntesis y reset mental para muchas personas, un verdadero reinicio, y nuestra respuesta siempre, desde aquellos pastores, ha surgido y sigue surgiendo ante el Nacimiento:
«¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,
sin conocerse, con la buena nueva!
Las manos que se buscan con la efusión unánime
de ser hormigas de la misma cueva;
y al hombre que está solo, bajo un árbol,
le dicen cosas de honda fortaleza:
“¡Venid compadre, que las horas pasan;
pero aprendamos a pasar con ellas!” …»
Si bien el célebre poema de Andrés Eloy Blanco fue compuesto en la víspera del Año Nuevo de 1923, y en Madrid, la vigencia de esta límpida descripción del tiempo de Navidad y Año Nuevo nos asombra.
Porque este reset, este reiniciarnos que, como un regalo nuevo, trae diciembre con el Adviento, la Navidad, y el Año Nuevo, no es ilusorio. Es el regalo de la Natividad, la llegada de un niño que, como todo nacer, es promesa.
La filósofa germano-americana Hannah Arendt toma el versículo de Isaías 9:6 -«un niño nos ha nacido»- para recordarnos que la llegada de cada recién nacido introduce algo absolutamente nuevo en el mundo, que cada nacimiento representa un nuevo comienzo, poniendo en marcha lo nuevo, lo inesperado.
Es innegable cómo, en estos tiempos de post-cristiandad neopagana, la llamada “civilización occidental” quiere ignorar, y menoscabar, estos tiempos de gracia que son las cuatro semanas del Adviento y las de Navidad.
No permitamos que la ola homogeneizadora arrastre este tiempo precioso. ¡Que renazca en nosotros la sorpresa, como la de “toparse de repente con la persona amada, con una persona familiar, que ofrece una ayuda segura mientras uno se encuentra extraviado, a oscuras, desvalido y destrozado”! ¡Dejemos que el Adviento (“llegada, en latín) y la Navidad nos reseteen con esta nueva venida!.-




