Consolaos y animaos unos a otros
¿Alguna vez te has encontrado frente a alguien que está pasando por un gran sufrimiento y te has sentido completamente impotente, sin saber qué decir o qué hacer?

Rosalía Moros de Borregales:
“Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros…” I Tes. 5:1.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.” II Cor. 1:3-4.
¿Alguna vez te has encontrado frente a alguien que está pasando por un gran sufrimiento y te has sentido completamente impotente, sin saber qué decir o qué hacer? A mí me ha pasado. Recuerdo claramente un día cuando fuimos a acompañar a un amigo cuyo hermano había muerto. Me quedé conmocionada, sin entender qué había sucedido cuando al llegar a la funeraria vi en el salón dos ataúdes, uno grande y uno pequeño. Fue en ese momento cuando me enteré que habían muerto padre e hija a manos de un hombre inescrupuloso que entró a la casa y de un disparo mató al padre y a la niña que dormía en su pecho, mientras éste la mecía en el chinchorro.
Sencillamente no existen palabras para consolar ante un hecho tan vil. Nos quedamos allí, enmudecidos ante tanto dolor, ante tanta rabia y frustración. Solo oramos en nuestro interior, abrazamos cuando el momento fue propicio y permanecimos a su lado. Algo que cualquier amigo hubiera sido capaz de hacer. Sin embargo, él no lo olvidó, su alma captó nuestra presencia como un gesto de amor extraordinario y meses más tarde nos dio las gracias por haber estado allí, a su lado. Ese día comprendí la esencia del consuelo. Consolar es estar a su lado, al lado del que llora y sufre. No hay fórmulas mágicas, solo el amor que transmite tu presencia.
No obstante, no solo quienes viven hechos tan devastadores sienten la necesidad del consuelo. A veces la vida se hace difícil de llevar en la simple cotidianidad. Caminamos en medio de demandas, intentando mantener el ritmo, pero dentro de nosotros hay pequeñas grietas que se van convirtiendo en abismos cuando lloramos solos. Vivimos en una generación cansada, rodeada de información pero sedienta de consuelo. Y es precisamente en medio de ese mundo que Jesús nos invita, no solo a amar, no solo a perdonar, sino también a consolar y animarnos unos a otros. Este es el llamado que exploramos hoy en nuestra serie Unos a otros. Si la primera entrega fue el amor, y la segunda el perdón que restaura, esta tercera nos conduce hacia el arte sagrado de acompañar al otro en su dolor. Jesús nos mostró cómo se hace.
En el Sermón del monte Jesús pronunció palabras que contradicen toda lógica humana: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”. Mt. 5:4. Con estas palabras Jesús santifica las lágrimas, declara bendito al que expone su corazón ante Dios. Y les hace una promesa: ¡Recibirán consolación! En otro momento de su caminar por las polvorientas calles de Galilea Jesús, conociendo los afanes y vicisitudes de esta vida, Jesús hace un llamado a un grupo muy particular. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” Mateo 11:28-30. Jesús invita a aquellos que cargan pesos invisibles, cargas dolorosas que solo conoce el alma. Y les ofrece descanso; el descanso para sus almas fatigadas. El descanso que se experimenta cuando uno puede recostarse sobre un pecho que no exige, que no critica, que no condiciona, solo abraza.
La frase “unos a otros” constituye un fundamento de la vida cristiana. Porque Jesús nos enseñó que nuestra humanidad es el vaso perfecto donde Dios derrama su amor. Cuando Lázaro murió, aún sabiendo que lo iba a resucitar, Jesús no se adelantó al milagro para decirles que no lloraran o que todo iba a estar bien. Él empatizó con Marta y María, las abrazó, se conmovió en gran manera con su dolor y lloró con ellas. El Maestro nos enseña que consolar significa presencia, mirada, ternura y cercanía; consolar es sostener, es acompañar, es abrazar. Dios no solo te abraza, sino que te usa para abrazar a otros a través de ti. Tu humanidad es el canal de Dios para mostrarse a cada ser humano.
El apóstol Pablo le escribe a la iglesia en Tesalónica, una iglesia joven, con creyentes que tuvieron que madurar muy rápido debido a la partida temprana de Pablo al fundarla, la persecución que recibieron y la muerte de alguno de sus miembros. A ellos los motiva a animarse y alentarse unos a otros, recordándoles que el consuelo del cristiano es la esperanza por la vida eterna en Cristo Jesús. Y a la iglesia de Corintios les revela un precioso secreto: Dios nos consuela para que nosotros seamos capaces de consolar a otros. Ninguna experiencia que vivimos en esta Tierra cae en el vacío. Dios usa cada pieza rota de nuestras vidas para restaurarnos y restaurar a otros a través del testimonio de su consuelo en nosotros. De tal manera que la herida sanada en ti puede transformarse en medicina para otro.
Algo que siempre me maravilla cuando busco constatar la Palabra de Dios con la ciencia es que la Palabra de Dios siempre confirma lo que la ciencia descubre sobre el corazón humano. Un gran numero de estudios psicológicos confirman que ser escuchados reduce síntomas de ansiedad, ser acompañados disminuye el riesgo de depresión y un hogar amoroso favorece la resiliencia. Cuando consolamos y alentamos a otros estamos contribuyendo literalmente al bienestar emocional y fisiológico del otro. Carl Rogers, el fundador de la Psicología Humanista resaltó que una relación verdadera tiene como componentes la empatía verdadera, la aceptación y la autenticidad. Todos estos pilares del amor cristiano. Jesús escucha, acoge, acepta y se muestra genuino.
Por su parte el psiquiatra y escritor Victor Frankl, a través de su experiencia en un campo de concentración nazi durante la II Guerra mundial descubrió que el ser humano puede soportar casi cualquier “cómo” si tiene un “para qué”. Nuestro “para qué” es la esperanza en Cristo, la vida eterna, el amor de Dios que no nos abandona. Consolar no es darle una explicación a todo, es acompañar y recordar que la vida de esa persona tiene sentido ante Dios. El consuelo no borra el dolor, pero lo hace llevadero porque es compartido. Nunca minimicemos el dolor de otro.
Los obstáculos al consuelo son, en primer lugar el denominado Individualismo espiritual; es decir creer que cada quien debe resolver su alma solo… En segundo lugar, el miedo a no saber qué decir; pero, esta es una gran mentira del enemigo de nuestras almas, ya que el amor siempre encuentra un lenguaje para comunicarse, aún el silencio habla cuando amamos. Y por último, el juicio disfrazado de espiritualidad; pues, no hay nada que hiera más que el juicio sobre nuestro dolor, nuestros sentimientos y nuestra reacción ante situaciones retadoras.
¿Cómo consolarnos unos a otros de manera cristiana? Podráimos enumerar algunas formas, aunque estoy segura que esta lista puede crecer y también podría resumirse en algunos verbos. Eso depende de la visión de cada uno de nosotros.
- Estar presente: No hace falta un discurso. Hace falta un: _”Estoy contigo”.
- Escuchar antes de hablar: La escucha es un abrazo silencioso del alma.
- Llorar con el que lloran:El dolor compartido se alivia. El gozo compartido se multiplica.
- Recordar las promesas de Dios con ternura: Hay una promesa de Dios para cada situación de nuestras vidas. ¡Encuéntrala!
- Acompañar sin estorbar: Consolar no es interferir en la vida del otro. Es sostenerla mientras Cristo restaura y sana la herida.
Oración final
Señor, gracias por ser el Dios de toda consolación.
Abre mis ojos para ver al que sufre.
Toca mi corazón para llorar con el que llora.
Dame palabras de consuelo,
manos que sostengan y una presencia que refleje la tuya.
Hazme instrumento de tu amor.
Y mientras consuelo, consuélame Tú también.
Amén.
“Consolaos, consolaos, pueblo mío dice vuestro Dios! Isaías 40:1.-
Rosalía Moros de Borregales
https://rosaliamorosdeborregales.com/
X:RosaliaMorosB
Facebook: Letras con corazón
IG: @letras_con_corazon
#reflexionesparavenezuela




