Lecturas recomendadas

Del Adviento a la Navidad

Tan habituados a la recurrencia anual del paso del Adviento a la Navidad, así como de la Cuaresma a la Pascua, pocos notamos el dramático contraste que ambos pasos significan

Bernardo Moncada Cárdenas:

«Ningún pensamiento es más racional que el que colma el alma de Su inminencia, de Su venida que nos concierne. Pero el miedo y el temor apartan este pensamiento, que sólo reaparece esporádicamente cuando –si la espera y el deseo no actúan como dinamita que abre una brecha– carga la vida cristiana de esa rigidez que impide a cualquiera ser un testimonio para nadie, y se percibe tan sólo como un yugo, sin la suavidad de la promesa que lo acompaña.
La espera y el deseo deben prevalecer sobre el temor y dominar el miedo. Miedo y temor siguen, pero cobran la forma de la espera y el deseo; son arrollados por el amor
.» Siervo de Dios Luigi Giussani. La inminencia de Su venida

«Realmente quiero verte, ¡pero toma tanto tiempo, mi Señor!…» George Harrison, “My Sweet Lord

Tan habituados a la recurrencia anual del paso del Adviento a la Navidad, así como de la Cuaresma a la Pascua, pocos notamos el dramático contraste que ambos pasos significan.

Porque, aunque queramos entender esas cuatro semanas previas al 24 y 25 de diciembre como periodo de alegre “calentamiento” para una navidad festiva, con su correspondiente cena (bastante escasa, en muchos hogares), el Adviento -con sus litúrgicos morados que invitan a la autoconciencia, conversión y austeridad, y son signo de luto y espera de la vida eterna- es primeramente preparación para la Segunda Venida de Jesucristo. Aunque la espera y esperanza en que tantas homilías se extienden expresan una clave optimista por la inminente celebración de la Natividad, la liturgia toda nos pide prepararnos para un acontecimiento sobrecogedor.

El Adviento nos pide recordar que no somos inmortales, y que es inevitable la culminación de nuestras vidas, con el recuento y la valoración que implica. Ningún pensamiento es más racional que el que colma el alma de Su inminencia, de Su venida que nos concierne.

Sin la inmediata celebración de la Natividad de Jesús, el Redentor que vino y permanece en nuestra fe, el significado del Adviento bien pudiera atemorizarnos. Y, entonces, espera y el deseo deben prevalecer sobre el temor y dominar el miedo. Miedo y temor, porque seremos juzgados en el amor que todo lo arrolla.

Este es el contraste dramático, y paradójicamente esperanzador, que nos ofrecen los tiempos litúrgicos: Adviento y Navidad, juicio y redención; Cuaresma y Pascua, muerte y resurrección.

Aunque parezcan repetirse año tras año, estos momentos del año traen un mensaje más novedoso que cualquier prodigio humano que nos asombre. Vivirlos de acuerdo con lo que realmente nos proponen, es librar nuestra religiosidad de esa rigidez que impide a cualquiera ser un testimonio para nadie, y se percibe tan sólo como un yugo, sin la suavidad de la promesa que lo acompaña. Así exclama el Beatle George Harrison, con melodía llena de afecto conmovido: “realmente quiero verte, mi dulce Señor”.

El 24 estaremos ya en víspera de Navidad y, en la medianoche, en familia, con los amigos o (también puede ser) cumpliendo un momento de obligada soledad, algo cambiará si somos conscientes. Pidamos que ese cambio sea para un bien nuestro; un bien tan grande que alcance para compartir.

¡Feliz Navidad, queridos lectores!.-

 

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