Iglesia Venezolana

Navidad apócrifa

Con las facilidades que ofrece hoy la tecnología y la inteligencia artificial podemos conocer mejor la realidad de los “evangelios apócrifos” y descubrir la evolución del mensaje cristiano a lo largo de los siglos

Cardenal Baltazar Porras Cardozo:

Las tradiciones navideñas despiertan muchos interrogantes de todo tipo. Una de las preguntas recurrentes es la relativa a saber si muchas de las cosas que sabemos son sacadas de los evangelios o de otras fuentes. En el lenguaje académico se dice que existen los evangelios canónicos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) y hay otros que provienen de los llamados evangelios apócrifos. De qué se trata, pues si etimológicamente “apócrifo” quiere decir “oculto”, “misterioso” o “escondido”, tendemos a pensar que se trata de algo falso o inventado. Pero no es así.

Ante los “silencios” de los evangelios de la infancia (Mateo y Lucas), como expresión de la devoción a los misterios de la Encarnación surgieron en los primeros siglos escritos fuera del canon, es decir, de la regla eclesial que asumió como inspirados por Dios los escritos que leemos en el Nuevo Testamento. “Es importante tener esto en cuenta para no caer en la caricatura que muchas veces se ha hecho de estos textos como si fueran mentira frente a los textos canónicos, que serían los verdaderos. Es posible que la atribución de la verdad o la falsedad a unos textos –canónicos o apócrifos, respectivamente– se deba al peso que se supone que tenía la historicidad en esos textos”.

“Así, se pensaba que los textos canónicos eran verdaderos porque recogían hechos realmente sucedidos, mientras que los apócrifos eran falsos por estar compuestos de relatos fantasiosos. Pero hoy sabemos que eso no es así: tanto los textos canónicos como los apócrifos se mueven fundamentalmente en las coordenadas de la teología, no de la historia, aunque solo los primeros fueron entendidos como la forma correcta –ortodoxa– de la fe. Por tanto, tiene poco sentido hablar de ellos en términos de verdaderos o falsos”.

Los evangelios apócrifos son todos más tardíos que los canónicos, es decir los considerados oficiales por la Iglesia. La mayoría fueron escritos entre finales del siglo II y el siglo VI. Responden a un creciente interés popular que influyeron en el pueblo devoto muy pronto. Entre ellos, por ejemplo, los nombres de San Joaquín y Santa Ana referidos a los padres de María Santísima, o los nombres dados a los reyes magos, Melchor, Gaspar y Baltasar; el nombre del buen ladrón. Todos ellos gozaron muy pronto de celebraciones y recuerdos litúrgicos.

Los más conocidos por nosotros, sin darnos cuenta, son los relativos a la infancia y primeros años de la sagrada familia. Pero hay otros evangelios apócrifos de la pasión y los marianos que nos trasmiten la dormición de María y su tránsito al cielo. Existen otras categorías que recogen o mejor desentrañan datos de los Hechos de los Apóstoles o explican pasajes apocalípticos.

Lo que es importante recalcar que la comprensión del acontecimiento de un Dios hecho hombre, que unía en sí las dos naturalezas, tuvo un largo proceso de aceptación en las distintas comunidades cristianas. La fe es la aceptación racional del misterio de Dios, no es la fe del carbonero que hay que admitir porque sí. Somos seres que tenemos derecho a encontrar las explicaciones que la filosofía, la antropología y las diversas escuelas del pensamiento fueron buscando maneras más o menos correctas de explicar la doctrina cristiana.

Con las facilidades que ofrece hoy la tecnología y la inteligencia artificial podemos conocer mejor la realidad de los “evangelios apócrifos” y descubrir la evolución del mensaje cristiano a lo largo de los siglos. Tarea que continúa hoy en encontrar respuesta y discernimiento de las realidades complejas del mundo de hoy.-

23-12-25

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