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The New Yorker: Volodymyr Zelensky lidera la defensa de Ucrania con su voz

En la hora más importante de Europa desde el colapso de la Unión Soviética, un comediante ha asumido el papel de Winston Churchill

David Remmnick:

En el momento más importante de Europa desde el colapso de la Unión Soviética, mientras un autócrata vengativo y errático invade Ucrania aludiendo oscuramente a la magnitud de su arsenal nuclear, un cómico ha asumido el papel de Winston Churchill. Volodymyr Zelensky, el Presidente de Ucrania, ha confiado en gran medida en su voz para inspirar la resistencia de su país. La mayor parte de un mundo desanimado y fracturado también ha respondido a su llamada.

El intento de Vladimir Putin de conquistar Ucrania, de deponer su gobierno democráticamente elegido y absorber el Estado en su concepción imperial y mística de un Russky Mir, un Mundo Ruso, está en sus primeras etapas. El asalto ya ha provocado miles de muertos y una colosal crisis de refugiados. Sin embargo, los primeros días de la embestida pusieron de manifiesto las debilidades del ejército ruso. Algunos relatos pueden resultar inexactos, pero está claro que los soldados ucranianos y los civiles armados han derribado helicópteros rusos, han destruido tanques rusos y, en general, han frenado el esfuerzo de Putin por arrollar las principales ciudades en pocos días.

Zelensky ha galvanizado a su pueblo gracias a la claridad de su lenguaje. Churchill, en su ensayo «El andamiaje de la retórica», escribió: «De todos los talentos concedidos a los hombres, ninguno es tan precioso como el don de la oratoria. Quien lo disfruta ejerce un poder más duradero que el de un gran rey». Churchill empleó la radio, utilizando cadencias en verso libre para movilizar la voluntad de sus conciudadanos británicos y de sus aliados extranjeros. Zelensky emplea un teléfono inteligente y la retórica más sencilla para afirmar su presencia en el frente. «Ya tut», dijo a sus compatriotas en la calle en Kiev. Estoy aquí. Desde su búnker en la capital, describió a los miembros del Parlamento Europeo un ataque con misiles rusos y las víctimas civiles con tal fuerza que ni siquiera la traductora en lengua inglesa pudo contener su emoción.

Zelensky es un tribuno inesperado. Creció en Kryvyi Rih, una ruda ciudad siderúrgica del sureste donde miles de ucranianos, sobre todo judíos, fueron asesinados durante la ocupación nazi. Estudiante mediocre, dirigió una compañía de comedia llamada Kvartal 95 y, en 2015, ayudó a desarrollar una comedia llamada «Siervo del pueblo». Y aquí es donde entra el posmodernismo: Zelensky interpretó el papel de Vasyl Holoborodko, un profesor de bachillerato cuya vida cambia cuando se lanza a una diatriba sobre los políticos corruptos. Un alumno le graba y el video se hace viral. Su sinceridad plañidera cala hondo en el pueblo ucraniano y… es elegido Presidente.

«Siervo del pueblo» era una comedia descaradamente explícita y de humor grueso, más Benny Hill que Noël Coward, y fue un éxito. Al cabo de unas cuantas temporadas, Zelensky pensó que la ficción podía convertirse en realidad, que el personaje que interpretaba en televisión podía ser lo que su país necesitaba. «Empecé burlándome de los políticos, parodiándolos, y, al hacerlo, mostraba el tipo de Ucrania que me gustaría ver», dijo Zelensky a Joshua Yaffa, en The New Yorker.

En 2019 Zelensky recibió mucha más atención de la que deseaba cuando Donald Trump, con toda la delicadeza de un mafioso, le llamó para pedirle un «favor»: Desenterrar los trapos sucios de los negocios de Hunter Biden en el negocio energético ucraniano o Estados Unidos retendría cientos de millones de dólares en ayuda militar. Ha sido difícil no recordar esa petición prepotente, una prueba fundamental en las primeras audiencias del primer impeachment de Trump, cuando el expresidente declaró, la semana pasada, que la invasión de Ucrania por parte de Putin era una «genialidad.»

Antes de la guerra, la popularidad de Zelensky había disminuido. Los oligarcas seguían ejerciendo influencia en Ucrania, sobre todo en los medios de comunicación. Justo antes de la invasión, parecía estar en desacuerdo con el presidente Biden, que insistía en hacer públicas las estimaciones de inteligencia sobre la inminencia de un ataque. Zelensky prefería minimizar las perspectivas de guerra. Pero, cuando los tanques rodaron, Zelensky comenzó a transmitir un mensaje a su pueblo: nunca abandonaría Ucrania. «Tiene un sexto sentido para saber lo que quiere la gente: siente su aprobación o desaprobación», dijo Igor Novikov, un antiguo asesor, desde su casa en Kiev. «En tiempos de crisis, es una lente que canaliza las energías del pueblo en un único haz de luz».

No hay que hacerse ilusiones. Ni siquiera la retórica más penetrante es un sistema de defensa antimisiles. Kharkiv, Mariupol y otras ciudades están siendo bombardeadas. Las tropas rusas han atacado centrales nucleares. ¿Qué misericordia puede tener Putin con Kiev? Los precedentes no son un consuelo. Hace veintidós años, aniquiló Grozny; miles de civiles murieron. Y nunca ha parecido tan inflamado como ahora.

En contraste con Zelensky, Putin está cada vez más desconectado y delirante. Sus altos índices de aprobación están inflados por la incesante propaganda, la coerción y la proyección de estabilidad nacional a través de la fuerza a pecho descubierto. Habiendo tomado nota de la tibia reacción del mundo a sus aventuras militares en Georgia, en 2008, y en Crimea y la región del Donbás, en 2014, Putin llevó a cabo esta operación con una confianza aparentemente serena. Creía claramente que podía confiar en la modernización de sus fuerzas armadas y en la distracción, la debilidad y la división de sus enemigos. Se equivocó.

El conjunto de sanciones económicas impuestas a Rusia no es nada simbólico. El rublo ha caído bruscamente. Para evitar una liquidación colosal, el mercado de valores ruso estuvo cerrado toda la semana pasada. Los bancos suizos congelaron muchas cuentas de ese país. Alemania abandonó su cautelosa postura de posguerra, aumentando su gasto en defensa y pasando a reducir su dependencia de la energía rusa. El Comité Olímpico Internacional, las diversas burocracias futbolísticas y un sinnúmero de empresas -entidades rara vez conocidas por su coraje moral- han cooperado en la sanción a Rusia.

Miles de rusos, sobre todo de la élite urbana, anticipan el fin de una existencia tolerable y se marchan a Georgia, Armenia, Turquía y más allá. Los que se quedan en Rusia -la gran mayoría- probablemente se encontrarán viviendo en un país aislado y profundamente más autoritario, quizás bajo la ley marcial. «El Estado se está desmoronando ante sus ojos», dijo Misha Fishman, uno de los principales locutores de TV Rain, la última cadena de televisión independiente de Rusia.

La única persona capaz de poner fin a la invasión es el hombre que la instigó. Un optimista señalaría que, con al menos un pequeño número de ejecutivos del sector energético y oligarcas que expresasen su descontento, Putin podría ser vulnerable a una revuelta. Pero, a corto plazo, hará todo lo posible para reprimir la disidencia en las calles y entre sus compinches y sátrapas. Zelensky lo sabe muy bien. La suya es una voz no sólo de inspiración, sino de crudo realismo. «No es una película», dijo. Habla como un hombre que sabe que puede no vivir para celebrar la liberación del país que ha jurado defender.

 

Traducción: Marcos Villasmil 

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