A pesar de todo, Venezuela deslumbra
Nunca como en Venezuela había descubierto tanta curiosidad intelectual, tanto afán abnegado por responder a la fatalidad con una sonrisa, tanta belleza y simpatía floreciendo por doquier, aun en medio del infortunio
Juan Manuel De Prada:
Creo que fue Madariaga quien aseveró que un español que no conoce Hispanoamérica sólo es español a medias.
En estos días en que recorro, un poco a matacaballo, este inabarcable continente, presentando mi novela «La vida Invisible», he tenido oportunidades sobradas de corroborar, de sentir la verdad de esta afirmación. Y en ningún lugar de forma tan vívida como en Venezuela.
En los venezolanos he descubierto una efusión cordial, una hospitalidad ferviente y sincera que me ha deslumbrado. Los europeos hemos desarrollado un trato social demasiado regido por el protocolo y el artificio, demasiado amedrentado y tiquismiquis. Uno llega a Venezuela y, de repente, todas esas reservas que, presuntuosamente, consideramos un avance de la urbanidad se desmoronan: existe tal desprendimiento, tal entrega sin ambages, tal afluencia de afectos en estas gentes por las que circula nuestra misma sangre que uno siente como si se hubiera desembarazado de una hojarasca de impedimentos que avejentan su espíritu, para entregarse a sentimientos que creía hibernados a perpetuidad. Ha sido una experiencia alborozada, lustral, que me ha confirmado que hasta hoy sólo he sido un español demediado.
Venezuela no atraviesa su mejor coyuntura histórica. Produce una tristeza del tamaño del universo comprobar cómo una tierra que ha sido bendecida con la fertilidad y que atesora los minerales más preciosos ocupa en el concierto mundial un lugar rezagado que no le corresponde. Gobernantes ineptos y empresarios rapaces han conducido esta nación prodigiosa a su actual estado de postración. Pero, precisamente en esta penuria inmerecida lo que resalta, por contraste, es el talento generoso de sus gentes, su capacidad para seguir mirando el futuro de frente, aun en medio de tantos avisos de derrumbe.
Nunca como en Venezuela había descubierto tanta curiosidad intelectual, tanto afán abnegado por responder a la fatalidad con una sonrisa, tanta belleza y simpatía floreciendo por doquier, aun en medio del infortunio. Allá donde uno posa la vista, descubre un país apretado de vida, tumultuoso de pasiones que sólo necesitan una mecha para prenderse.
Para un español, es una lección y un homenaje descubrir que su semilla dejó aquí, en esta sucursal del paraíso, tan hermosos ejemplos de humanidad.
Durante mi breve estancia en Caracas he tenido ocasión de asomarme, siquiera mínimamente, a los pozos de tragedia que socavan este país llamado a más altos designios; y desde aquí quiero agradecérselo a quienes han sido mis anfitriones y cicerones: la editora María Elena Rodríguez, el escritor Óscar Marcano, la empresaria periodística Mayra Capriles, el consejero cultural de la embajada española Gonzalo Fournier.
Chávez se configura como el emblema que resume el desastre; pero no debemos olvidar que si las clases populares prestaron su apoyo a este hombre, fue porque se había colmado su paciencia. Para mí, la desgracia de Venezuela se cifra en la existencia de ciertos empresarios que no entendieron que la prosperidad verdadera de un país sólo es posible cuando revierte sobre sus ciudadanos, creando una clase media nutrida y estable.
Durante décadas, el dinero de Venezuela ha alimentado el fraude fiscal, la corrupción política, la evasión de capitales que no se invirtieron en la tierra que los produjo. Chávez no hubiese surgido sin la existencia de una masa social empobrecida y defraudada.
Pero este pueblo sobrevivirá a sus gobernantes catastróficos y a sus empresarios rapaces. Tanta vitalidad, tanto anhelo de mejora no pueden obtener como único resultado el acabamiento. Venezuela resucitará, y España tendrá que estar ahí, respaldando ese resurgimiento sin pedir nada a cambio. Porque el único modo de ser españoles completos consiste en ser un poco venezolanos, en contagiarse de esa generosidad que no les cabe en el pecho.»
Prensa española