Lenin y los ejercicios espirituales
Los Ejercicios Espirituales cambian la vida, pero no como pudo imaginarse Lenín con disciplina impositiva, sino como el sorprendente hallazgo del “tesoro escondido” que en palabras de Jesús de Nazaret, es el amor gratuito de Dios...
P. Luis Ugalde, sj:
Un jesuita que vivió en Cuba me contó algo que me costaba creer: que un día Raúl Castro se presentó en la iglesia de Reina en el centro de La Habana y le manifestó que Lenín decía que los Ejercicios Espirituales de S. Ignacio eran el mejor método para formar revolucionarios. El jesuita le respondió que ese librito -insignificante por su tamaño y calidad literaria- no era secreto y le donó un ejemplar. Como esa historia me parecía increíble, pero sabía que el jesuita no me mentía, acudí a Google que me confirmó –como lo puede verificar usted lector– que eso o algo parecido dijo Lenín. Seguramente Vladimir Ilich nunca vio un jesuita, pero el mito sobre los ignacianos lo encandiló y luego él, sin pretenderlo, contribuyó a incrementarlo.
Dios se comunica directamente
Ignacio experimentó esa comunicación directa que transforma la vida de quien se deja guiar por ella. Idea peligrosa en 1530, en tiempos de efervescencia espiritual con los “alumbrados” en España y del protestantismo en expansión por Europa. Por eso la Inquisición detuvo e interrogó a Ignacio que invitaba a esa experiencia espiritual a los compañeros en las universidades de Alcalá, Salamanca, París y luego en Italia. Pero no le encontraron nada herético y él exigió que le dieran sentencia absolutoria. Esa vivencia espiritual que transformó su vida lo llevó a comunicarla y para ello escribió unas breves indicaciones (anotaciones llama él) a quienes dirijan los Ejercicios; les dice que no traten de convencer con sus ideas al que hace los Ejercicios, sino que dejen que el Creador y la criatura se comuniquen directamente.
En todo amar y servir
Las meditaciones de los Ejercicios se coronan con la última que Ignacio llama “Contemplación para alcanzar amor”. Allí el Santo nos invita a contemplar todo el amor recibido de Dios en nuestra vida de diversos modos y mediaciones, para que con ese conocimiento de tanto bien recibido yo pueda “en todo amar y servir a su divina majestad”. Ahí cada persona descubre afectivamente su verdadera identidad humano-divina y desde el inmenso amor recibido es capaz de convertir en medios de humanización y de vida, los saberes, los poderes y los haberes de este mundo, con todo el potencial transformador.