Integración de Partidos y Sociedad Civil
Ismael Pérez Vigil
Politólogo
1 de octubre de 2022
Hace algún tiempo comenté diversos aspectos de la sociedad civil y los partidos políticos: las diferencias en objetivos entre ambos, las diferencias en el liderazgo de unos y otros, las diferencias en las formas de organización, etc. Pero quedó pendiente el tema de las lecciones aprendidas en estos veintitrés años para lograr la integración de estos dos actores, para enfrentar la situación política del país.
Crisis de los partidos.
Es hoy un lugar común hablar de la crisis que viven los partidos políticos, la política en general, que ha llevado a que una gran parte de la población se muestre indiferente y rechace la actividad partidista y muy en especial a la actividad electoral. Esta circunstancia no se puede atribuir a una única causa, sino a una mezcla de ellas y me atrevería a describir varias, sin pronunciarme por cual es la más importante, ni pretender afirmar que las que voy a mencionar son todas las que se deben considerar.
Por un lado, a los partidos se les critica que fueron apartándose de sus objetivos, doctrina, principios ideológicos y los fueron reemplazando por vacías promesas populistas, interpretando lo que suponían que el pueblo quería escuchar, pero olvidando su papel de conductores y orientadores; se les señala que dejaron de renovar su liderazgo; que se fueron anquilosando en el gobierno y convirtiéndose en meras maquinarias electorales para mantener el poder; que en el desempeño del gobierno fueron perdiendo eficacia para resolver los problemas de la población y que se fueron deteriorando en el poder, en algunos casos por involucrarse en procesos de corrupción. Críticas fuertes, no siempre justas, al menos para todos los partidos.
Del otro lado a la sociedad, también se critica el dejar de lado su responsabilidad e interés por controlar a los partidos y al gobierno; los ciudadanos, se señala, se fueron alejando cada vez más de los partidos y de la actividad política, para dedicarse más a su familia, a la actividad académica, a hacer dinero a través de su actividad profesional, de negocios −a veces con el propio gobierno− o a través de sus empresas y cuando se vinieron a dar cuenta, los partidos y los políticos ya estaban totalmente “de su cuenta”, sin control social y sólo quedó entonces, para comenzar a rectificar y enderezar entuertos, desatar un despiadado proceso de crítica, que no buscaba renovarlos o corregir errores y defectos, sino reemplazarlos o simplemente acabar con ellos.
Eso dejó el campo fértil para todo tipo de oportunistas; para que demagogos populistas −como Hugo Chávez Frías− se montaran sobre ese proceso de crítica a los partidos y se adueñarán del poder; una vez en él, continuarían un proceso sistemático de destrucción de los partidos, para el que encontraron poca o ninguna resistencia, más bien el apoyo de una parte importante de la población que había perdido toda su fe en los partidos y en la política y por otro lado, se encontraron con unos partidos mediatizados, con poca solidez doctrinaria, sin renovación de su liderazgo y con poca o ninguna formación ideológica en su militancia. La tarea de destrucción era fácil
Surge un nuevo actor.
El Gobierno de Chávez Frías se inició montado y continuando el ataque y críticas a los partidos políticos, recogiendo y usufructuando los más de treinta años previos de diatribas contra ellos, no siempre justificadas. Ese intento de eliminar a los partidos cristalizó en la Constitución Bolivariana de 1999, en la cual ni siquiera se les nombra y expresamente prohíbe que sean financiados por el Estado. Algunos pensaron, hoy sabemos que erróneamente, que esto era un comienzo de liberación y depuración para los partidos, cuando en realidad al quitarles el financiamiento público se les dejaba en manos de grupos económicos que pudieran o puedan financiarlos y de cuya influencia se pretendía liberarlos. Se les hizo más dependientes a los de la oposición y se favoreció indirectamente a los del Gobierno, porque son los únicos que pueden contar con los recursos del Estado, como hemos visto hasta la saciedad en estos veintitrés años.
Pero esa estratagema falló, los partidos no fueron aniquilados y surgió un actor con el que nadie −muchos menos Hugo Chávez Frías− contaba: el ciudadano y la sociedad civil, que desarrollaron y adquirieron en estos veintitrés años una experiencia política, invalorable, para la sociedad civil y que también sirve para sacar importantes lecciones, al menos en lo que a la organización política partidista concierne.
Historia del nuevo proceso.
Al principio de la instauración del régimen, parecía que asistimos a la sepultura de los partidos tradicionales y al surgimiento y reflorecimiento de “nuevas” organizaciones. En los viejos partidos, se critica, se habían enquistado algunas “elites” que, habiendo dejado de lado ideales doctrinarios, se habían adueñado de esas organizaciones, mediatizado y apartado sus ideales de lucha. Algunos continúan allí, como dice un amigo, como la nata sobre la leche, que siempre sale a flote por más que se revuelva. De esa debacle no se salvó, prácticamente ningún partido, ni siquiera la vieja Izquierda insurreccional. Y tanto a los partidos, llamémoslos históricos, como a los nuevos partidos, los surgidos en años recientes, el régimen se ha encargado de intentar aniquilarlos −por suerte sin éxito completo−, persiguiendo a sus lideres y dirigentes, inhabilitándolos y últimamente, utilizando al TSJ para desmantelarlos y entregar sus organizaciones, colores, locales y símbolos a algunos personajes surgidos de ellos, pero afectos a las políticas del régimen o dispuestos a seguirle el juego de destrucción de la oposición.
Partidos de inspiración militar.
Presenciamos también el surgimiento, efímero, en Venezuela, de lo que se llegó a pensar que sería un nuevo tipo de organización de corte cívico-militar (MBR200 y MVR). Estos “nuevos” partidos, inspirados en las ideas del sociólogo argentino Norberto Ceresole, se basaban en un liderazgo de tipo caudillista, con una ideología de “eficiencia militarista” y que parecían llamados a heredar las consignas y estrategias de los partidos de masas de principios del siglo pasado, fuertemente apoyados en prácticas populistas. Se nutrieron de la clientela política que fue abandonando a los partidos tradicionales, de la cual un día también se nutrieron algunos partidos y fenómenos electorales, surgidos entre los años 60 y 90 del pasado siglo, que no viene al caso mencionar.
Sin embargo, esas organizaciones no cristalizaron. El MBR200 no llego nunca a adquirir una forma pública y el MVR, devenido en PSUV, se ha quedado en una mera maquinaria electoral, que depende del carisma de su caudillo principal, usualmente el presidente de la república. Ni siquiera ha podido generar una élite dirigente destacada, diferente a aquella que surgió en 1992 y que acompañaría a Chávez Frías en su aventura electoral de 1998 y años subsiguientes en la instauración del oprobioso socialismo del siglo XXI. No podía ser de otra forma, pues su propio líder creador, Chávez Frías, y quienes lo sucedieron, se encargaron de destruirlos, de mutilarles el alma, al designar a dedo sus autoridades internas y sus candidatos. El resultado es que el régimen actual no se apoya en el PSUV para gobernar, sino en la FFAA.
Las nuevas opciones.
De esta lucha por la sobrevivencia y por ganar nuevamente el favor del electorado de manera democrática, han ido surgiendo −y esperamos surjan más− algunas nuevas opciones, nuevos partidos, de inspiración ideológica −Social Demócrata, Demócrata Cristiana y Socialista−, partidos con doctrina; y aunque varios presenten algunos de los vicios del pasado, le tocará a los grupos sanos y jóvenes de esas organizaciones renovarlos y darles nuevo contenido para que, remozados y reconvertidos, pervivan como elemento indispensable, que lo son, de la vida democrática.
Constituye el reto de los partidos y de sus lideres del momento, descifrar este crucigrama y armar este rompecabezas e integrar a un ciudadano, que no quiere alejarse más de la política, de lo público, pero que no se les puede seguir atrayendo con viejas consignas de partidos de masas, leninistas, o sacarlos de su ambiente inmediato de trabajo y de vida para intentar que “participen” en ambientes extraños a su cotidianeidad. Para dar respuesta a este “ciudadano movilizado” necesitamos nuevos esquemas de organización política, más cónsonos con la realidad que vivimos, menos centralizados, más interactivos.
Sabemos que esto no es fácil, pero hay algunos ensayos importantes y exitosos. Se trata de ver como aplicamos algunas de las lecciones que pudo haber aprendido esa sociedad civil, ese ciudadano incorporado a la política −incluso los mismos partidos−, con esquemas organizativos diferentes, propios de su actividad en otras áreas o de su aprendizaje de la experiencia internacional a la que hayan podido tener acceso.
Hacia un nuevo modelo organizativo.
Resumiendo lo que ya he dicho en ocasiones anteriores −disculpen los que ya lo han leído− vemos la tendencia en muchos países de apuntar hacia un esquema de partidos u organizaciones políticas, diferentes a los que tenemos actualmente, lo que hemos llamado los partidos históricos y los nuevos, pero inspirados en ese modelo. Hoy en día tenemos que hablar de tendencias que apuntan a organizaciones que se basan en núcleos, muy activos, de militantes o dirigentes y una enorme periferia que se activa y desactiva de acuerdo con circunstancias concretas y en ambientes específicos, en la mayoría de las ocasiones convocados y organizados por medio de las redes sociales. La clave es no sacar al ciudadano de su “ambiente” natural de trabajo y vida en el cual se desenvuelve. De esta forma, los individuos, los ciudadanos, se mantienen activos y ligados a la globalidad, pero desde su propio medio local, parcial y limitado, el cual conocen a la perfección; se organizan rápidamente en función de actividades específicas, muchas veces en forma de “enjambre” y regresan rápidamente a sus actividades cotidianas.
Es la organización que corresponde a un mundo globalizado −aunque a algunos les produce alergia esta palabra−; donde la globalización es un dato, una realidad tecnológica, la forma en que se organiza la producción a nivel mundial y no simplemente una opción económica. Se trata entonces de resolver la paradoja organizativa de los últimos años: antes se nos decía, que pensáramos globalmente y que actuáramos localmente; ahora el reto es pensar localmente y actuar globalmente. ¿Estarán nuestros partidos políticos en capacidad de darnos esa respuesta organizativa? ¿Estarán los ciudadanos en capacidad de comprender esa convocatoria y ese papel? Esa es la gran duda que tendremos que resolver en la práctica.
Ética en los partidos.
Hace algún tiempo, en varios artículos, analicé la necesidad de construir una organización moderna −como la ya descrita en párrafos anteriores−, popular, poli clasista, o donde el tema de “clases” no sea un problema, que se plantee claramente la toma del poder sobre la base de un programa explícito, y un compromiso personal y colectivo con ese programa. Desde el punto de vista organizativo, la organización partidista que se forme debe estar basada en postulados éticos, que como mínimo contengan: la transparencia en el actuar y en las funciones de gestión pública; la correcta separación entre los legítimos fines privados del político, los fines del partido y los fines del Estado; la conciencia, en el político, de que su función pública, es una función educativa.
Establecidos estos puntos -éticos- fundamentales, y las formas organizativas descritas, es válido que nos plateemos otros principios: ¿Cómo hacemos para que nuestro programa, en forma de mensaje, llegue a las grandes mayorías del país? ¿Cómo hacemos para que el pueblo entienda que nuestro mensaje es el suyo y que el desarrollo capitalista que queremos para el país, es lo mejor para él? Ese es nuestro verdadero reto. El programa, al menos sus aspiraciones globales están claras, definidas, en las varias versiones, parciales y completas, del llamado Plan País. El problema ahora es como hacemos que llegue a todos los venezolanos y como lo convertimos en postulados compartidos y en ideales de lucha común. Ese sigue siendo un tema para la reflexión.
Conclusión.
Insisto, para finalizar, en lo que ya he señalado en oportunidades anteriores, que la tarea del político y la política, entre otras cosas, es educar acerca de cómo vivir en democracia, particularmente, en la importancia de formar lideres con un sentido ético y crear partidos u organizaciones políticas alejadas de prácticas poco trasparentes y poco democráticas; crear organizaciones políticas en donde no se favorezcan conductas proselitistas, como las que eran comunes en nuestro quehacer partidista y son la conducta habitual de los que apoyan a este régimen, para ganar el favor popular. Las tareas concretas a realizar, obviamente no son materia de un artículo como este.