El Papa: La muerte de inocentes es un grito ensordecedor
El Santo Padre envió una carta al arzobispo de Agrigento, Monseñor Alessandro Damiano, a diez años de su viaje apostólico a Lampedusa, el 8 de julio de 2013
Hace diez años, aquellos más de 300 hombres, mujeres y niños de África sepultados en las aguas del mar Mediterráneo, frente a las costas de Lampedusa, parecían una de las mayores tragedias jamás ocurridas en el Mare Nostrum. Desde 2013, la repetición de estas «masacres silenciosas» se ha convertido en una dramática constante. Dos solo en los últimos meses: Cutro, en Calabria, y Pylos, en Grecia. Cientos de muertos, miles de desaparecidos. Ante estas «inocentes» vidas rotas, «vergüenza» de la sociedad, se alza «un grito doloroso y ensordecedor que no puede dejarnos indiferentes». En un mensaje -breve e impregnado de dolor y desencanto- al arzobispo de Agrigento, Alessandro Damiano, con motivo de las celebraciones en Lampedusa por el décimo aniversario de su viaje a la isla siciliana, el Papa se hace su portavoz. El que fue el primer viaje fuera de la ciudad durante su pontificado, el 8 de julio de 2013, quedó grabado en la memoria colectiva por los gestos realizados y las palabras pronunciadas por el entonces recién elegido Papa.
Grito doloroso y ensordecedor
«La muerte de inocentes, principalmente niños, en busca de una existencia más serena, lejos de las guerras y de la violencia, es un grito doloroso y ensordecedor que no puede dejarnos indiferentes», escribió Francisco en el texto, leído al inicio de las celebraciones, en el que instó a un cambio de enfoque de la cuestión migratoria, no subyugado a «miedos» y «lógicas partidistas» y sobre todo a la indiferencia. Ese que es el peor de los males, como denunció hace diez años, utilizando una expresión que luego se convirtió en uno de los puntos fuertes de su magisterio: «La globalización de la indiferencia». Es la que «nos ha quitado la capacidad de llorar», subrayó en su homilía de la misa de 2013.
La vergüenza de una sociedad que no sabe llorar
El Papa recordó que «han pasado diez años desde el viaje que hice a la comunidad de Lampedusa para manifestar mi apoyo y cercanía paterna a quienes, tras dolorosas vicisitudes, a merced del mar, desembarcaron en vuestras costas». Desde entonces, poco ha cambiado y asistimos a la «repetición de graves tragedias en el Mediterráneo»: «Nos estremecen las masacres silenciosas ante las que aún permanecemos impotentes y atónitos», dijo el Pontífice: «Es la vergüenza de una sociedad que ya no sabe llorar y compadecerse de los demás».
Sacudir conciencias
«La ocurrencia de desastres tan inhumanos debe sacudir absolutamente las conciencias», es su llamamiento: «Dios todavía nos pregunta: ‘Adán ¿dónde estás? ¿Dónde está tu hermano?». A esta pregunta, el Obispo de Roma añade otra: «¿Queremos perseverar en el error, pretender ponernos en el lugar del Creador, dominar para proteger nuestros propios intereses, romper la armonía constitutiva entre Él y nosotros?».
Cambiar de actitud
«Es necesario un cambio de actitud; el hermano que llama a la puerta es digno de amor, de acogida y de toda atención. Es un hermano que, como yo, ha sido puesto en la tierra para gozar de lo que allí existe y para compartirlo en comunión», reitera el Pontífice, que pide a todos «un renovado y profundo sentido de la responsabilidad, mostrando solidaridad y compartiendo».
Llamamiento a la Iglesia
En particular, la Iglesia, «para ser verdaderamente profética», dice el Papa Francisco, debe trabajar «con solicitud para ponerse en las rutas de los olvidados, saliendo de sí misma, aliviando con el bálsamo de la fraternidad y de la caridad las heridas sangrantes de quienes llevan impresas en sus propios cuerpos las mismas llagas de Cristo».
No a los miedos y a la lógica partidista
Por último, el Santo Padre dirige un llamamiento al «pueblo» de la isla de Lampedusa, con eco mundial: «Los exhorto, por tanto, a no permanecer prisioneros del miedo o de la lógica partidista, sino a ser cristianos capaces de enriquecer esta isla, situada en el corazón del Mare Nostrum, con la riqueza espiritual del Evangelio, para que vuelva a brillar con su belleza original».-
Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano/Vatican News