Lecturas recomendadas

A dos años de su partida: un recuerdo para Ratzinger

  Nelson Martínez Rust:

 

EL SACERDOTE ACTUA “IN PERSONA CHRISTI”

 

Continuamos este fin de semana con las reflexiones personales nacidas de la lectura del libro de Ratzinger que lleva por título “Servidores de vuestra alegría. Reflexiones sobre la espiritualidad sacerdotal”.

3.-    “La Eucaristía: El corazón de la oración”

Si la oración, en líneas generales, identifica e indica necesariamente los tiempos, los momentos, las oportunidades y los acontecimientos particulares, no solo en la vida de los sacerdotes sino también en la vida de todos y de cada uno de los cristianos, – véase la Oración Litúrgica de las Horas -, ella adquiere un sentido mucho más profundo dentro de un contexto fuera del cual dichas prácticas de piedad se tornarían rápidamente en puro formalismo y cansancio para desembocar en un gran hastío. Ahora bien, ese contexto es necesario buscarlo y centrarlo en Jesucristo, si es que de verdad asumimos con seriedad nuestra relación con Dios-Padre. Es Él – Dios- Padre – quien ha tomado la iniciativa de amarnos, es Él el que nos habla primero (Hb 1,1-4) y nos invita, puesto que nuestra oración debe concebírsela y ser el resultado de la escucha que nace de una llamada de Dios-Padre en Jesucristo y, al mismo tiempo, de una respuesta del hombre libre a esa llamada formulada mediante el Hijo. En fin, porque nuestra oración es una súplica de hijo a la espera de la respuesta divina del Padre amoroso que es Dios. La oración que se torna pura algarabía, exterioridad y brincoteo, y si, además, es una oración no centrada en la oración de Cristo, hecha al Padre, es puro ruido y sonido fatuo, como antiguamente hacían los sacerdotes de Baal. Por medio de su humanidad Dios ha querido hacerse “carne” (Jn 1,14): la “eternidad’ se hace “tiempo”, el “Creador” se hace “creatura” (Karl Rahner) …Y, de esta manera, la oración formulada por el sacerdote alcanza una doble dimensión: la palabra, en cuanto expresión humana, se torna cercana a Dios, aunque permaneciendo palabra humana, y el hombre, al dirigirle su palabra a Dios-Padre por medio de Jesucristo, convierte su voz frágil y humana en voz divina. Santa Teresa de Jesús ya había señalado todo esto cuando dijo que el camino habitual de encuentro con la humanidad de Cristo era necesario recorrerlo para encontrar necesariamente el camino que nos lleva a Dios-Padre. El sacerdote es ministro de la Alianza que Dios-Padre ha sellado en Jesucristo con la humanidad. Por consiguiente, nuestra oración debe alimentarse – como sucede con y nos enseñan los Salmos – de las necesidades que el sacerdote descubre y comparte con sus hermanos, los hombres. Pero, su oración debe hacerse desde y por medio de la oración de Cristo, en la interioridad del que ha llegado a ser el primogénito de una multitud de hermanos y ha dicho: “En él pondré yo mi confianza. Y nuevamente: Henos aquí, a mí y a los hijos que Dios me ha dado” (Hb 1,13. Leer hasta el v. 18); el cual, aceptando libremente su pasión, nos enseñó a decir: “…pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). De esta manera, Dios-Padre, mediante el Misterio Pascual de de Jesucristo, recibe la ofrenda de la oración de los hombres, y, por consiguiente, la virtud de la esperanza alcanza, desde ese instante y por su medio, la plenitud tan deseada.

Lo que Jesús ha hecho y dicho en beneficio de todos con su propia cuerpo y sangre (Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; Lc 22,19-20; 1 Co 11,23-25), nos lo ha trasmitido a manera de “memorial” y se lo ha confiado a aquellos que ha constituido en ministros del misterio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada. Por consiguiente, no es de extrañar, por el contrario, que los sacerdotes busquen y encuentren en la Celebración Eucarística el punto culminante de su oración, que es el corazón de la oración de Cristo y de su Iglesia. Precisamente es esta la meta – la finalidad – principal de aquellos que por la ordenación sacerdotal se han constituido en servidores de Cristo-Salvador que les hace entrar en las expectativas de los hombres y en las oraciones de los creyentes mediante la gran intercesión de Jesús: “Por Cristo, Con Cristo y En Cristo, a ti, Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Sí. Debe rendírsele a Dios-Padre, toda la gloria y el honor, puesto que es Él, quien actuando por mediación de Cristo, nos ha librado del pecado del mundo y, de esta manera, todos los bautizados obtienen la posibilidad del perdón de sus pecados. Por Él, el Padre de los cielos entrega el Espíritu a aquellos que se lo piden con una gran y profunda confianza.

Por consiguiente, el presbítero, en cuanto que es sacerdote, ha sido ordenado para actuar “…in persona Christi”. Por lo tanto, su oración es una oración profundamente cristológica, eucarística y sacramental – se lleva a cabo en la celebración de los sacramentos: Iglesia -; ya que dicha oración está enraizada en su ser mismo, y, por consiguiente, su objetivo principal es, teológicamente hablando, la celebración de la Eucaristía y los sacramentos y hacia esta finalidad debe estar orientada toda su pastoral sacerdotal. Esta oración también lleva al sacerdote a ser solidario con todos los hombres del mundo y, al mismo tiempo, servidor de la Alianza establecida por Dios-Padre con toda la humanidad en Cristo.

4.-    “Una oración que brota de la vida de los hombres”

La oración que realiza Jesús no solo asume las expectativas de la humanidad para presentárselas a su Padre a fin de que las purifique. La oración de Jesús es una oración “por y en favor de los hombres” = “en favor de los hombres” = “oración de intercesión”. Jesús ha rezado por los que le crucificaban: “Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Él ha rezado de manera particular por sus discípulos de todos los tiempos: “No ruego solo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí” (Jn 17,20). De esta manera, los discípulos han sido integrados – han sido revestidos – en la oración de petición de Jesús al Padre; y, al mismo tiempo, son portadores – trasmisores – de dicha oración para los creyentes. La naturaleza y el hecho de ser sacerdote debería hacer tomar conciencia a lo que se comprometen el día de su ordenación: a ser partícipes de y en la “oración sacerdotal” de Cristo-sacerdote para poder realizar y al mismo tiempo llevar a cabo su propia misión sacerdotal. La oración realizada por el sacerdote, no es una consecuencia de un mandato frío y calculado de la Iglesia; por el contrario, nace de su condición misma de su ser sacerdotal; de su insustituible función de dador y receptor de la gracia en favor de los hombres – bautizados -. No es una especie de obligación que le viene impuesta por la jerarquía eclesiástica de tomar, la cual forma parte activa en la oración oficial de la Iglesia. Por el contrario, es verdaderamente el cumplimiento de “su oficio de intercesor”. Esta es su finalidad, y no solo a nombre propio, en este caso la oración del sacerdote estaría sujeta al capricho del mismo siguiendo las disposiciones de su sensibilidad y disposiciones del modo como se encuentre en el momento, sino principalmente, en nombre de Cristo. El hecho de orar, en el sacerdote, está consustancialmente en su mismo ser sacerdotal que alcanza su plenitud en la celebración Eucarística con la comunidad de fieles bautizados y en la celebración oportuna, preparada, consciente y reflexionada mediante la pastoral de los sacramentos. Esta oración también debe entendérsela como un gesto de solidaridad profunda en su función de servidores de la Alianza: “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”.

5.-    “La oración y el ministerio sacerdotal”

Tratemos de establecer algunas conclusiones. ¿Se puede concluir algo de todo lo dicho? Si el clero secular no se beneficia de lo establecido por un fundador o por un “Instituto de Vida Religiosa” al cual se afilia, entonces ¿cuáles son los puntos de referencia firmes sobre los cuales fundamentar su consagración? El decreto “Prebyterorum Ordinis” enumera los medios propuestos a los cristianos que desean asumir la vida espiritual en serio: “Los cristianos se han de alimentar de La Palabra de Dios y de la Eucaristía”. El Concilio recomienda en relación a este aspecto una “frecuencia asidua”. Este alimento debe estar acompañado por “los signos y llamadas que Dios proporciona por medio de su gracia a través de la diversidad de los acontecimientos y de la existencia. De la misma manera, la asamblea conciliar invita a tener una gran devoción a la Santísima Virgen María, “Madre del gran Padre eterno, reina de los Apóstoles, sostenedora de su ministerio”. El Concilio invita a la conversación cotidiana con el Señor Jesús en la visita y el culto personal de la Santa Eucaristía “para que ellos puedan cumplir con fidelidad su ministerio”. También recomienda los métodos de oración aprobados y las diversas formas de orar que ellos escojan libremente. ¿Qué busca estas recomendaciones conciliares?  Se trata de buscar y de implorar a Dios-Padre el verdadero espíritu de adoración, gracia al cual, con el pueblo cristiano que le ha sido confiado, se una íntimamente a Cristo mediador de la Nueva Alianza; a la manera de hijo adoptivo, y, de esta manera, el sacerdote secular podrá gritar con toda certeza desde la profundidad de su ser: ¡Abba!, es decir, ¡Padre! (PO 18). El ministerio sacerdotal como también la oración continua están íntimamente relacionadas (PO 12).-

 

Valencia. Febrero 2; 2025

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba