Testimonios

«La madre de los leprosos», pionera de las laicas misioneras, curó a miles de personas en Uganda

La polaca Wanda Blenska se encuentra en proceso de beatificación

Wanda Blenska fue apodada «la madre de los leprosos», por su trabajo de más de 40 años en Uganda cuidando a personas con lepra. Nacida en Poznán (Polonia), en 1911, y fallecida a los 103 años, de carácter fuerte, pasión y amor por la gente, Blenska iba a ser llamada por su compatriota San Juan Pablo II «la embajadora del laicado misionero». El portal polaco Misyjne ha contado su historia.

Wanda Błeńska dedicó su vida al tratamiento de pacientes con lepra, dirigió centros de salud y trabajó en condiciones extremadamente difíciles. Organizó cursos para cuidadores de leprosos y formó a médicos locales. Se convirtió en toda una autoridad médica y pionera en el tratamiento de la lepra. Hoy está en proceso de beatificación.

Fue premiada por Juan Pablo II  

Pero, ¿quién era Wanda Błeńska? Cuando tenía solo 16 años, Wanda le dijo a su padre que «o era médico o no sería nada». Su padre, entonces, la inscribió en la escuela de Medicina. Pero, el origen de esta vocación de médico y misionera iba a estar en medio de la guerra, cuando huyó de Polonia para visitar a su hermano enfermo. Se escapó de su país escondiéndose en un depósito de carbón en un barco con destino a Lübeck.

Profunda vida espiritual

Dos años después regresó a Polonia con la idea de ir a las misiones, sin embargo, en ese tiempo las laicas no iban a misiones solas. En 1950 surgió la oportunidad cuando uno de los padres blancos le contó que un obispo de Uganda estaba buscando médicos que quisieran ayudar a crear una leprosería. Tenía unos días para decidir, hacer el equipaje y completar todos los trámites. Ella no lo dudó y se marchó a Uganda.

A Wanda, cuando le preguntaban que por qué no se había casado, ella respondía que nunca se había enamorado tanto como de su trabajo como médico en las misiones. Y, ¿por qué no entró en un convento? A esto confesaba que no tenía esa vocación, sin embargo, su vida espiritual fue siempre muy profunda.

Esto lo demostraba el compromiso con Cristo que hizo de joven:

«Yo, Wanda, te elijo a Ti, Jesús, como mi único Señor y te juro Amor, Fidelidad y Obediencia hasta la muerte. ¡Así me ayudes Señor Dios Todopoderoso en la Trinidad, Reina de Polonia y de todos los santos! En el día del Sagrado Corazón del Señor Jesús, año 1958 d.C. W. Błeńska».

Curó a miles de personas enfermas de lepra

Wanda siempre tuvo un carácter fuerte y decidido, de hecho llegó a ser detenida el día de su santo por actividades clandestinas. De esta época, una anécdota define sus principios. En su celda escribió con letras grandes en la pared: «Dios salve a Polonia». Cuando llegó el guardia, temió que el comandante lo viera. Era un día caluroso y el comandante fue al río Vístula para tomar el sol. Tomó una bebida y se quedó dormido. Se quemó tanto que más tarde tuvo que quedar bajo su cuidado. Otros prisioneros le preguntaron que por qué ayudaba al comandante, a lo que ella respondió que su vocación médica le obligaba a no hacer daño.

Más tarde, en Uganda, durante los primeros años, Wanda fue la única médico de la zona. Muchos médicos habían trabajado en Bulub antes que ella y ninguno de ellos podía permanecer durante largos periodos de tiempo. Wanda le confió una vez al padre Bogusław Dąbrowski, misionero de Uganda, que si no fuera por la Eucaristía diaria, no tendría fuerzas para trabajar.

La fortaleza de Wanda era sorprendente, cuando partió a su misión, tenía 39 años, estaba en la flor de su vida, pero, más tarde, cuando tenía ochenta años, estaba igualmente comprometida. Con una pierna rota, se levantaba a las cuatro de la mañana y usaba una silla de ruedas para llegar a tiempo a misa. Wanda Błeńska decía que todos pensaban que su trabajo era un sacrificio, pero para ella era la felicidad.

Sin miedo, sin asco

Wanda tenía un componente aventurero muy interesante. Le gustaba hacer kayak en el lago Victoria y fue la primera mujer en conquistar la cima de Vittorio Emanuele, en los montes Ruwenzori, en África Central, que se encuentra a casi 5.000 metros sobre el nivel del mar.

Wanda era consciente de que era una persona imperfecta. En una de las cartas al P. Aleksander Woźny, escribía: «¡Qué bueno es Dios conmigo! A Él siempre le gustaron más los ‘no tan buenos’. Lo amo inmensamente, pero mis acciones no corresponden a ello. Tengo mal carácter, me enfado terriblemente, aunque no por mucho tiempo».

Era una apasionada del deporte de aventura y del montañismo

El doctor Norbert Rehlis, especialista en medicina tropical, dijo que ella no veía a sus pacientes sólo como una entidad patológica que necesitaba ser tratada. «Ella vio al hombre con todo su sufrimiento, su sensibilidad interior, las circunstancias de su vida y el contexto social. Trataba a la persona en su totalidad, con sus esperanzas y temores».

Cuando Wanda recibió la medalla Benemerenti de manos de Juan Pablo II en 1984, dijo que no sabía cuántos enfermos había curado con medicinas, cuántos con cuidados y cuántos con la oración. Ella tocaba los cuerpos de los leprosos, destrozados por las enfermedades, sin guantes, para mostrarles que no les tenía asco ni miedo.

En el libro Una vida plena, decía: «Enseñé las reglas de higiene, y, al mismo tiempo, les dije que no tuvieran miedo a la lepra, demostrando que yo misma no tengo miedo de esta enfermedad. Siempre he intentado mostrar y contar la verdad sobre la lepra. Lo demostraba en los detalles: esto puede ser contagioso y esto puede no serlo. Si sabes con qué te puedes infectar, es más fácil seguir las reglas que te protegen contra la infección».

El padre Bogusław Dąbrowski también contaba que en Bulubie ella cuidaba a los chicos de la escuela del pueblo. Los niños llegaban sin zapatos, con ropa rota, y ella les enseñaba a cuidar su vestimenta y a no tener complejos respecto a los chicos de familias ricas que podían permitirse comprar ropa. Ella organizaba competiciones deportivas, y si un niño del pueblo ganaba, se alegraba mucho.-

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