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El Temor de Dios: Reverencia, rendición y sumisión

Abraham sabía que sin el temor de Dios las personas actúan sin freno moral

Rosalía Moros de Borregales:

Al intentar profundizar en el verdadero significado de lo que la Biblia llama “El temor del Señor”, comprendemos que es un concepto central en las Sagradas Escrituras, el cual  atraviesa la vida de todo aquel que desee caminar en paz con Dios. La palabra temor está implícitamente relacionada con la palabras miedo, terror y pavor, de tal manera que, al poner en la misma oración las palabras temor y Dios, a primera vista pareciera una contradicción; sin embargo, cuando buscamos en profundidad el significado de este concepto somos iluminados por diversos pasajes desde el pentateúco de Moisés.

 

La primera vez que se menciona el temor de Dios es en el libro de Génesis (20:11). Es muy interesante leer la historia completa a fin de tener un contexto. En lo que nos compete ahora estas fueron las palabras: “Y Abraham respondió: Porque dije para mí: Ciertamente no hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de mi mujer”. Este pasaje nos muestra claramente que para Abraham el concepto del temor del Señor estaba absolutamente ligado a su alma. Y con respecto a la situación que vivió cuando el rey de Gerar, Abimelec, quiso tomar a Sara su esposa, como mujer para sí; Abraham sabía que sin el temor de Dios las personas actúan sin freno moral, sus mentes están cauterizadas a causa del pecado y la ausencia del temor reverente al Señor, el cual les provee de una consciencia espiritual que les hace darle la espalda a una vida de practicas pecaminosas.

 

Otra historia fascinante en la cual se menciona el temor del Señor (Génesis 42:18), es la historia de José, el hijo de Jacob, a quien Dios hizo gobernador de Egipto después de haber sido vendido por sus hermanos. Como Dios es justo, Él hace que la vida de sus vueltas, y aquel a quien, llenos de envidia, vendieron, Dios lo levantó y era quien tenía el poder para saciar su hambre en la época de las llamadas Vacas flacas. José, queriendo recibir de ellos una confesión los pone en la cárcel y luego los insta a regresar a la casa de su padre a buscar a su hermano pequeño… “Y al tercer día les dijo José: Haced esto, y vivid: Yo temo a Dios”.

En este otro pasaje podemos comprobar a través de la afirmación de José que en primer lugar, fue la falta de temor del Señor en el corazón de sus hermanos lo que los llevó a venderlo y luego decirle a su padre que un animal salvaje lo había matado. Y por otra parte, fue el temor del Señor en el corazón de José lo que le impidió vengarse contra sus hermanos. Y no solo no tomar la justicia en sus propias manos, sino ser misericordioso con ellos y enviarlos con las provisiones, así como también con el dinero con el que habían pagado.

 

El temor del Señor es un concepto que se muestra en las Sagradas Escrituras desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Al estudiar este concepto comprendemos que para su internalización en la mente y en el corazón de cada creyente deben existir tres pilares fundamentales, cuya práctica en la vida nos determina inexorablemente: La reverencia, la rendición y la sumisión. Por esta razón es necesario recordar que cuando el Señor llamó a su pueblo les dijo: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide el Señor tu Dios de ti, sino que temas al Señor tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma?” Deuteronomio 10:12.

 

Reverencia.

 

A través de la reverencia, vivimos con un profundo respeto y honor hacia Dios. En la lengua Hebrea la palabra que comúnmente se traduce como “temor» es la palabra “yirah”, la cual lleva implícitos los conceptos de asombro, respeto profundo y admiración. Yirah es la idea de “temor reverencial”. Dicho de otro modo, el temor del Señor constituye un reconocimiento a la majestad, el poder y la santidad de Dios. No es un miedo aterrador, sino un temor reverencial que surge de comprender la grandeza, la santidad y el poder ilimitado de Dios. Tener esta reverencia por Dios conlleva a cada creyente a vivir de una manera que le agrade a Él, reflejando Su carácter en nuestras palabras y acciones.

 

En resumidas cuentas, cuando el temor del Señor es un haber en nuestro espíritu, significa que hemos llegado al convencimiento de nuestra pequeñez, pero al mismo tiempo de la grandeza de Dios; de nuestra insuficiencia, pero de la suficiencia de Dios; de nuestras limitaciones, y al mismo tiempo del poder ilimitado del Señor.

 

Entonces, ¿qué significa reverenciar a Dios?

“Tema al Señor toda la Tierra; teman delante de Él todos los habitantes del mundo”. Salmo 33:8.

 

“El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre”. Eclesiastés 12:13.

 

Rendición.

 

A través de la rendición, entregamos nuestras vidas en las manos de Dios. En Hebreo la palabra para Rendición es “Shanah”, la cual implica entregar nuestras vidas a Dios y confiar en su voluntad. Cuando reconocemos que no somos dueños de nosotros mismos, sino que pertenecemos a Dios, eso significa que nos hemos rendido a Él. Rendirse a Dios lleva implícito tener una confianza plena en Su señorío, tener la convicción de que nuestras vidas no están bajo el dominio, ni el poder de ningún ser humano por encima de Él.

 

Comprender que a aquellos que amamos al Señor todas las cosas que nos suceden redundan para nuestro bien (Romanos 8:28), sabiendo que el mayor bien es Él, amarlo, caminar bajo sus preceptos y la vida eterna a su lado. El más grande ejemplo de rendición fue Jesucristo: “Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Mateo 26:38-39.

 

Entonces, ¿qué significa rendirse a Dios?

“Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante del Señor nuestro Hacedor. Porque Él es nuestro Dios; nosotros somos ovejas de su prado y el pueblo de su mano”. Salmo 95:6-7.

 

“Fíate del Señor de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas. No seas sabio en tu propia opinión; Teme al Señor, y apártate del mal”. Proverbios 3:5-7.

 

Sumisión.

 

Mediante la sumisión, obedecemos sus mandatos y nos alineamos con su voluntad. La palabra hebrea para sumisión es “kabed” la cual implica honrar a Dios y reconocer su autoridad soberana. Es una actitud de humildad y respeto hacia Dios, reconociendo que Él es el Señor de nuestras vidas. Sumisión lleva implícito ser obediente a Su Palabra. La sumisión a Dios, es una respuesta natural a su amor y su gracia. El apóstol Santiago (4:7) de una manera enfática nos dice: “Someteos a Dios, resistid al diablo y él huirá de vosotros”. Por lo tanto someterse es exactamente lo contrario a resistirse.

 

La idea explícita de la rendición es precisamente no oponer resistencia. Es una entrega de nuestra voluntad a la voluntad de Dios, es obediencia a su voz. Jesús fue el mayor ejemplo de sumisión, como hermosamente lo declara el apóstol Pablo a la iglesia de los Filipenses: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Filipenses 2:5-8.

 

Entonces, ¿qué significa someterse a Dios?

Someterse-no resistirse.Despojarse- no aferrarse.

 

Al practicar estas actitudes, aprendemos a vivir en el temor de Dios, experimentamos Su paz que sobrepasa todo entendimiento humano y somos entrenados en la sabiduría que proviene de vivir en relación con Él. Es mi deseo y mi oración que cada día aprendamos a temer a Dios con temor reverente, a rendirnos a Él, entregando nuestra voluntad a la suya y sometiéndonos a Él sin resistencia, despojándonos de nosotros mismos sin aferrarnos al mundo. Todo bajo su mano amorosa.

 

“Por tanto, amados míos… ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filipenses 2:12-13.-

Rosalía Moros de Borregales.

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