8M: Mujer y comunicadora en la Iglesia: dos retos estructurales y un desafío particular
"Hazlo, atrévete a conquistar ese lugar que te corresponde por méritos propios y a brillar para toda la Iglesia"

«De las 70 diócesis españolas, hay 25 mujeres al frente de una delegación de Medios, según la información publicada en las respectivas páginas webs»
«En España estuvimos cerca de rozarlo. ¿Sería mejor que la portavocía de la Conferencia Episcopal Española la ejerciera una mujer y no un hombre? ¿Una mujer lo haría mejor?»
«El problema estructural es que la Iglesia está gobernada por hombres que se han formado sin compañeras ni profesoras, sin un punto de vista femenino, que no es mejor ni peor, sino diferente, y cuando han llegado a parroquias, delegaciones o tareas de comunicación, por centrar el ejemplo, sencillamente no están acostumbrados ni a escuchar ni a dejarse convencer»
En el reciente Jubileo de la Comunicación (celebrado en Roma del 24 al 26 de enero de 2025), los participantes de la delegación española posaron para una foto en la Sala Stampa, la sala de prensa de la Santa Sede: son los delegados episcopales de Medios de Comunicación Social o directores de las Oficinas de Prensa, según la denominación en cada lugar; también hay directores de medios de comunicación y responsables de comunicación de varias instituciones.
No están todos los que son, pero todos los que están, son. El perfil de las personas que manejan la comunicación diocesana en España es el de un sacerdote más o menos formado en comunicación y una mujer, principalmente una laica de mediana edad, sin duda con una licenciatura en Periodismo o similar. De las 70 diócesis españolas, hay 25 mujeres al frente de una delegación de Medios, según la información publicada en las respectivas páginas webs.

En la vida consagrada es más difícil cuantificarlo. Revisando los datos de la CONFER, en España hay 404 congregaciones religiosas; muchas no tienen ni web o están tan desactualizadas que la tarea resulta fútil. Que la comunicación de una congregación se diseñe y ejecute desde un departamento específico es una realidad apenas en un puñado de órdenes; muchas veces se carga en un único individuo (hombre o mujer) que gestiona la web, las redes sociales, la comunicación interna, un boletín periódico, una revista incluso, telefonea a periodistas y wasapea con unos y otros a deshoras.
Conquistando espacios
Y luego están las fundaciones, asociaciones, ONG, centros académicos, parroquias, agrupaciones, colegios mayores y otras entidades que saben que la comunicación es esencial para trasladar su mensaje al resto del mundo. Muchas confían esta tarea a una mujer, y lo aplaudo, porque es tan difícil para ellas (para nosotras) conquistar espacios en la Iglesia, que bienvenido sea cualquier avance.

Vaya por delante que, aunque no sea políticamente correcto expresarlo un 8 de marzo, no me gustan las cuotas. Durante muchos años fui la única redactora en la revista en la que trabajaba y a veces me generaba angustia pensar que solo estaba allí por cumplir un cupo, y no por mi desempeño.
Pero a la vez, creo que es positivo que las mujeres sigamos ganando presencia, no tanto por nosotras –que también–, sino por la institución.
La lenta profesionalización
Llevo desde los 21 años trabajando en comunicación en el ámbito eclesial y después de casi 25 años de trayectoria, observo dos problemas estructurales para las mujeres que nos dedicamos a esta labor. El primero es la lentitud en la profesionalización de la comunicación en la Iglesia.

Hay áreas donde es impensable colocar a personas sin los conocimientos adecuados: un departamento jurídico, de contabilidad, de administración, etc. Si hablamos de la Iglesia, liturgia, pastoral, catequesis… es inconcebible que esos puestos no estén ocupados por especialistas.
Pero en lo tocante a la comunicación, el sacerdote más resuelto, el fraile más despierto o la secretaria más hábil han sido durante años los responsables de escribir comunicados y enviarlos, sin distinguir un título de un subtítulo ni haber oído hablar de las cinco “w”; o peor, y esto lo sigo constatando hoy, en el año 2025, esas figuras no formadas responden al criterio subjetivo de un superior jerárquico que no solo no conoce los fundamentos de la comunicación (ya no digamos del marketing), sino que los desdeña, porque “Siempre se ha hecho así” y “Yo lo he visto así en muchos sitios”.
Por suerte, los estudios especializados en comunicación eclesial se multiplican y hoy es habitual mandar a Roma, a la Santa Croce o a la Gregoriana, a las personas que muestran más aptitudes y mejores actitudes para desempeñar este oficio, que lo es; o a la Pontificia de Salamanca un verano, o a tantos otros cursos para que se empapen de técnicas y estrategias óptimas y efectivas.

Los laicos (y las laicas) ya llegan formados porque no se consentiría lo contrario. Confiar en ellos redunda en el bien de todos, en el suyo personal, en el de la institución en la que trabajan, en el público destinatario y en el de otras entidades que les toman como ejemplo.
El papel de la mujer
El segundo reto nos afecta específicamente a nosotras y tiene que ver con el papel de la mujer en la Iglesia.
Estas últimas semanas desde que Francisco está ingresado en el Hospital Gemelli, repasando kilómetros de información sobre el pontificado me topé con multitud de titulares que reseñaban a la “primera mujer”: “Barbara Jatta, primera mujer en dirigir los Museos Vaticanos”; “Núria Calduch, primera mujer secretaria de la Pontificia Comisión Bíblica”; “Simona Brambilla, primera prefecta de un dicasterio”…

… y aquel otro de 2016, “Paloma García Ovejero, primera mujer portavoz de un papa”, cuando Francisco la nombró como número dos de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Fue otro techo que se rompió y que ponía frente al espejo a muchas organizaciones. Si una mujer podía poner voz y rostro al Vaticano, ¿por qué no podría ocurrir en Iglesias locales?
En España estuvimos cerca de rozarlo. ¿Sería mejor que la portavocía de la Conferencia Episcopal Española la ejerciera una mujer y no un hombre? ¿Una mujer lo haría mejor? Insisto en mi recelo hacia las cuotas, pero creo que sí sería positivo que se diera un paso al frente y se apostara por una mujer. Para mostrarles a ellas y a todos que no es que sea “mejor”, es que “es posible”.
Que no se trata solo de que una mujer sea la responsable de la comunicación, mientras que el delegado de Medios es un sacerdote que habla de igual a igual (de varón ordenado a varón ordenado) con el obispo y concelebra con él en la fiesta de San Francisco de Sales y comparten otros espacios privativos
Que no se trata solo de que una mujer sea la responsable de la comunicación, mientras que el delegado de Medios es un sacerdote que habla de igual a igual (de varón ordenado a varón ordenado) con el obispo y concelebra con él en la fiesta de San Francisco de Sales y comparten otros espacios privativos.
Se trata de que deje de ser noticia, de que se asuma con naturalidad que una mujer puede desempeñar un puesto de responsabilidad y decidir y manejar un presupuesto y hasta dar órdenes y hacerlas cumplir.
El problema estructural es que la Iglesia está gobernada por hombres que se han formado sin compañeras ni profesoras, sin un punto de vista femenino, que no es mejor ni peor, sino diferente, y cuando han llegado a parroquias, delegaciones o tareas de comunicación, por centrar el ejemplo, sencillamente no están acostumbrados ni a escuchar ni a dejarse convencer.

Me he sentado en muchas reuniones donde la autoridad se ejercía con altas dosis de testosterona y donde los hombres, incluso los que no querían o los que no creían que eran así, acababan tratando a las mujeres con condescendiente paternalismo en el mejor de los casos, o las silenciaban con chascarrillos fuera de lugar. Lamento caer en el tópico y siento si alguien se ofende, pero hay una diferencia enorme entre trabajar con hombres que tienen un contacto real con el mundo y están acostumbrados a tratar con todo tipo de personas, y trabajar con hombres que no saben bajarse del altar (sacerdotes y laicos, que clericalismo hay en todos los estamentos).
Esto que ahora se llama “heteropatriacardo” y que es transversal en tantos ámbitos de la sociedad, en la Iglesia es una realidad evidente por su propia esencia, y eso afecta, también y mucho, a las mujeres que nos dedicamos a la comunicación.
De ahí que me atreva a lanzar un desafío particular…
Un desafío particular: hazlo
En un reportaje en televisión hace seis o siete años, una directiva criticaba el cliché de que “La que vale, llega arriba. Pues no –se rebelaba ella–. La igualdad no es que la mujer válida ocupe los puestos más altos, sino que llegue arriba cualquiera. Igual que hay hombres mediocres en altos puestos de responsabilidad, la igualdad llegará cuando también haya mujeres mediocres”.
Pensé en aquel momento que lo interesante sería igualarnos en excelencia, no en carencias. Pero nunca me he olvidado de esa idea, y me resulta divertido pensar que tal vez aquella mujer tenía algo de razón.
En estos casi 25 años de carrera he tenido jefas, compañeras y ayudantes que han desplegado las cualidades que muchos esperan de las féminas: dulzura, empatía, escucha, reflexión, serenidad. También he sufrido a otras que han sido autoritarias, dispersas, contradictorias, mentirosas y hasta crueles. Hubiera preferido no toparme con las segundas, pero he aprendido de todas. Y de todos. La lección más valiosa es que no hay que ser perfecta, sino que hay que ser.

Por esa condición estructural según la cual los hombres ordenados consagran y las mujeres limpian las tallas que escoltan el retablo principal, nos hemos acostumbrado a esperar a que nos digan qué hay que hacer. Que esa circunstancia se siga perpetuando me atrevo a decir que también es responsabilidad nuestra.
Desde que codirijo mi propia agencia de comunicación y marketing, me he visto más expuesta que nunca al juicio ajeno y he transitado por todos los miedos. Pero se van superando con trabajo duro y honestidad (la edad también ayuda). Y con el ejemplo de otras. Con la envidia ante esas mujeres que levantan la voz antes que la mano, con buena educación y una sonrisa, pero con seguridad en sí mismas, mujeres periodistas y comunicadoras en la Iglesia a las que no les importa que un hombre les suelte en público “Uy, contigo hay que tener cuidado, que tú no te callas”. “Pues no, piensan ellas, por qué tendría que callarme, si lo que estoy diciendo es oportuno y es válido y es coherente y lo digo sin dañar a nadie”.
No sé si es una condición estructural o biológica, pero no conozco a ningún hombre con síndrome del impostor y no conozco a casi ninguna mujer que no lo padezca o haya padecido. Incluso en el ámbito de la Iglesia, por difícil que sea, tenemos las mujeres derecho a reclamar y a ocupar nuestro espacio, para el que hemos estudiado, por el que hemos trabajado, por el tiempo robado a nuestras familias y a nuestro descanso.
Hazlo –le digo a una hipotética lectora que esté dudando; me lo digo a mí misma–, atrévete a conquistar ese lugar que te corresponde por méritos propios y a brillar para toda la Iglesia, hazlo aunque tengas muchas dudas y pocos apoyos, gánale a ese complejo que Dolores Aleixandre llama “El peligroso síndrome del diez” y que te hace creer que, si no eres perfecta, no debes hacerlo. Hazlo de todas formas. Somos periodistas, tampoco es que esté en juego la vida de nadie… Hazlo hoy, que algo estamos sembrando.-