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José Gregorio Hernández es una obra de arte

Hogar y lugar en una sincronicidad que lo formó en lo divino  y en lo humano, para que, con su serena y firme voluntad, desplegara las virtudes que hoy lo convierten en la persona más conocida y más querida de Venezuela, y que la Iglesia Católica le reconoce su cualidad de Santo

 

Francisco González Cruz:

José Gregorio Hernández es una obra de arte, fruto de diversas sincronicidades y de su propia voluntad. Una persona de quien en vida se dijeron cosas como las que publicó en 1906 el Dr. Rafael Pino Pou cuando fue a internarse en el monasterio de La Cartuja:  “…Y lloremos mucho, entre tanto, los que le quisimos con especial cariño; los que gozamos de su trato angelical; los que conocimos la blanca muselina de su alma; los que escuchamos de sus labios la augusta palabra de la ciencia, lo que no podremos consolarnos nunca…Lloren también muchísimo, la sociedad caraqueña, las aulas universitarias, las glorias de la ciencia nacional, los ojos de la Patria… ¡Nunca llorarán bastante!”.

O Rómulo Gallegos el 15 de julio de 1919 a 15 días de su muerte: “Lágrimas de amor y gratitud, angustioso temblor de corazones quebrantados por el golpe absurdo y brutal que tronchara una preciosa existencia, dolor estupor, todo esto formó en torno al féretro del Dr. Hernández el más hermoso homenaje que un pueblo puede hacer a sus grandes hombres” … “No era un muerto a quien se llevaban a enterrar; era un ideal humano que pasaba en triunfo, electrizándonos los corazones. Puede asegurarse que en el pos del féretro del Dr. José Gregorio Hernández todos experimentamos el deseo de ser buenos”.

Personas católicas y no creyentes, ricos y pobres, intelectuales o iletrados, mujeres y hombres, todos los que tuvieron la oportunidad de conocerlos quedaban impresionados por su talante bondadoso. El periodista Francisco de Sales Pérez en una entrevista publicada en El Cojo Ilustrado dijo sobre él: “¿Quién que trate al Doctor Hernández puede liberarse de estimarlo?”

Las sincronicidades son casualidades significativas, o conexiones que se dan y cumplen un propósito no propiamente previsible, o un entrelazamiento cuántico remoto en tiempo y espacio, que según Joseph Jaworski se manifiesta en determinadas personas cuando estas están abiertas a profundas transformaciones, o dejan fluir sus energías en aras de una espiritualidad profunda. Son eventos que suceden, abren surcos, muestras horizontes y luego la voluntad moldea, bajo una inspiración superior.

Que Benigno Hernández Manzaneda, un boconés honesto y trabajador, criado en la cultura del café, se fuera para los llanos de Barinas a buscar fortuna, y se encontrara con ese tesoro que era Josefa Antonia Cisneros Mancilla, fue una sincronicidad. Luego que la sangrienta Guerra Federal los regresara a Boconó y buscaran en ese pequeño pueblo que era Isnotú, donde no tenían parientes ni amigos, el lugar para conformar su ejemplar hogar, es otra. Y que allí conformaran una manera de vivir virtuosa, ejemplo de lo que es hoy la economía humana es combinación de sincronicidad y voluntad. Y que estuviera allí como maestro un marinero zuliano, Pedro Celestino Sánchez, que buscaba una paz útil, y viera en aquel muchachito el potencial que había que impulsar.  También que en la posada llegaran los dueños del colegio Villegas, mejor de Caracas: Guillermo Tell Villegas y Pepita Perozo Carrillo.

Hogar y lugar en una sincronicidad que lo formó en lo divino  y en lo humano, para que, con su serena y firme voluntad, desplegara las virtudes que hoy lo convierten en la persona más conocida y más querida de Venezuela, y que la Iglesia Católica le reconoce su cualidad de Santo.

Está también una cadena de sucesos que continúa en el colegio caraqueño y en las amistades que cultiva, en la Universidad Central de Venezuela, en su decisión de regresar a Isnotú y reencontrase con los suyos, y las circunstancias que lo obligan volver a la capital y las que se reúnen para la transformación del hospital Vargas y la selección que sobre él recae para ir a especializarse en el  Instituto Pasteur de París, el mejor del mundo en investigación y formación en enfermedades infecciosas. Y en esas instituciones ser el mejor estudiante, el mejor compañero, la mejor persona.

Y siempre, desde niño, una persona piadosa, muy católico, que expresaba su religiosidad, además de en el cumplimiento de sus obligaciones con la Iglesia, en el servicio a los demás, en la calle, en sus casas, en los hospitales, en las aulas, en el laboratorio. También en sus conversaciones, en su bailes y encuentros musicales, en la Academia de Medicina. En sus escritos científicos, literarios y en su obra de filosofía. Era una persona íntegra e integral. Toda armonía entre pensamiento y acción. Religiosidad y espiritualidad que se formó a los más altos niveles para hacer el bien.

Esa obra de arte es hecha en Venezuela, desde un pueblo de provincia hasta la capital y más allá en donde viajó para aprender y servir. Esa obra de arte es síntesis de llano y montaña, provincia y capital, local y global. Y hoy representa el mejor ejemplo de lo que los venezolanos podemos ser y hacer para construir el país virtuoso, trabajador y decente que necesitamos: La Venezuela Posible.-

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