Enseñarnos a atender
Vivimos en una cultura que exige atención, pero no la cultiva.

Ricardo Márquez/SusurrosdelAlma:
Muchas veces le pedimos a un niño: “¡Pon atención!”.
Pero, ¿quién nos enseñó a nosotros cómo se hace eso?
¿Quién nos mostró cómo respirar antes de responder, cómo observar sin juzgar, cómo habitar un instante sin huir de él?
Vivimos en una cultura que exige atención, pero no la cultiva.
Nos bombardean notificaciones, urgencias, agendas, y luego nos sorprende que nos cueste estar presentes con un hijo, con un ser querido, con nosotros mismos.
Yo he acompañado a muchos padres que, con el alma desgastada, se sienten culpables por no “poder” con sus hijos. Especialmente cuando los niños viven con condiciones como “Deficit de Atención”, o cuando simplemente están llenos de estímulos que sus pequeños cuerpos aún no saben regular.
Y yo pienso: no es falta de amor.
Es falta de acompañamiento para quienes acompañan.
Una presencia aprendida
Estar presentes no es un talento. Es una práctica.
Y como toda práctica, se cultiva con paciencia, con compasión… y con compañía.
No basta con decir “calma” —hay que encarnarla.
No basta con pedir atención—hay que modelarla.
Y para eso, alguien debe habérnosla regalado antes.
Un maestro. Un abuelo. Un terapeuta. Un silencio.
Si no lo tuvimos, aún no es tarde.
Podemos comenzar hoy a darnos eso a nosotros mismos.
Una pequeña práctica
Antes de pedirle a alguien que te escuche…
Haz una pausa.
Lleva una mano al pecho.
Y pregúntate: ¿Dónde está mi atención?
Tal vez descubras que está corriendo, huyendo, preocupada.
Y no pasa nada. Solo obsérvala.
Y luego, con ternura, invítala a volver.
Como quien llama a casa a un niño distraído.
Gracias por leer.
Gracias por volver a ti.
Gracias por dejarme susurrar.