
Rosalía Moros de Borregales:
Querido papá:
Hoy pensé en ti como un niño, todo padre fue un niño; todo padre lleva un niño por dentro. Pensé que el amor que recibiste cuando jugabas con carritos se convirtió en el piso de tu vida; en el sustento de tu alma. Pensé que cada vez que golpeaste una pelota con tu bate de béisbol, la seguridad se fue afianzando en ti. No sé si allí estaba tu padre, o tu abuelo, o algún hombre que te amara con la ternura con la que se ama a un hijo. No sé si al lanzar esa pelota por los aires volteaste para sonreírle a tu padre. Lo que si sé, de seguro, es que en tus pensamientos volaste con aquella pelota y te convertiste en tu jugador favorito.
Si la sonrisa de tu padre acompañó tu mirada por los cielos, si al voltear, tus ojos se encontraron con los suyos, se que allí sus almas se enlazaron en un vínculo infinito. Si él no estaba allí, si nunca estuvo, se que lo celebraste con otras personas, probablemente con tu madre; pero en lo profundo de tu ser, en el silencio de tu alma, guardaste un dolor que ha llorado toda la vida. Aunque con los años las lágrimas se hayan secado y la frustración se haya convertido en fuerza. Dios quiera que no en rabia, en amargura que se esparce por tu camino. A veces la vida nos hiere sin razones aparentes. A veces nos cortan las alas sin ni siquiera haber salido del nido.
Hoy eres padre, hoy aquel niño que una vez fue, sigue viviendo en ti; y esa es la mejor guía, la voz más dulce y precisa que puede guiarte a ser el padre que tu hijo necesita. Tu niño interior conoce las necesidades físicas, emocionales y espirituales de tu hijo. No dudes en hablar con él. Es hora de ponerte en sus zapatos. Así como sonríes al ver a tu pequeño caminando a traspiés usando los tuyos, de la misma manera trata de encajar en los suyos, aunque tengas que hacer un ejercicio psicológico para encogerte. Al entrar en ellos podrás comprender, podrás recordar para ese, tu niño interior, lo que significaba estar en los zapatos de tu padre; querer ser como él, querer convertirte en ese gigante frente a ti.
Hoy he pensado en ti, en mi padre, en mis abuelos, en mi esposo y también en mi hijo, que ahora es padre; el mejor padre que jamás haya presenciado. El ha atesorado en su corazón las virtudes de sus dos abuelos; la paciencia y la ternura de Canche, el abuelo paterno; el entusiasmo y la fe de Morito, el abuelo materno. También veo en él al padre que está presente, a pesar de las exigencias de su trabajo; tiene la misma dedicación con la que su papá, agotado de una noche de guardia o de todo un día de pie con largas cirugías, llegaba a casa con alegría para jugar con él, tocándole el corazón con su tierna mirada.
Solo él, solo tu que hoy eres papá, sabes también de las heridas que el mejor padre o el peor de los padres causó en ti. Solo tu conoces todas las veces que tus sueños se rompieron y quedaron en pedazos, como el juguete que se quebró y nunca fue reparado. Quizá ese dolor se convirtió en un maestro silencioso. Quizá ahora estás dispuesto a escuchar por todas las veces que tus palabras se las llevó el viento. Quizá, así como quieres darle lo que te faltó, también ahora estés dispuesto a caminar junto a él en comprensión. Quizá quieras subir de nuevo, junto a él, la montaña de la vida, de su vida; como un acompañante que da luz y dirección, pero que nunca le quita la oportunidad de volar con sus propias alas, en su propio cielo.
Querido papá, ser padre no es haberlo hecho todo bien. Es haberse entregado imperfecto, pero sin reservas. Ser padre es estar a su lado aunque te separen miles de kilómetros de distancia. Aunque cada día tengas que cruzar un océano de obstáculos para estar con él (con ella). Ser padre es guardarles la vida con la oración que nace del fondo de tu corazón; allí, cuando te das cuenta que por más grande que sea tu amor, no puedes abarcar su vida entera. Entonces, con humildad los pones en las manos de Dios. Ser padre es ser un árbol frondoso, bajo cuya sombra siempre podrán venir a reposar, a hallar el descanso de sus almas, cuando también a ellos la vida le juegue sus pasadas.
Querido papá, sigue adelante, las semillas que sembraste darán su fruto. No pierdas la fe, no desmayes en tu espera, continúa el camino, sigue siendo padre, el más alto honor que has recibido en esta Tierra. Muéstrales con tu amor el rostro de Dios. Y, al final del camino, cuando ya hayas vívido esta vida, cuando tus fuerzas hayan menguado y te encuentres cruzando la línea del horizonte entre el mar y el Cielo, podrás verle el rostro a tu Padre celestial.
Con amor,
Rosalía Moros de Borregales.-
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