Entrevistas

Entrevista a Rafael Rojas, autor de El árbol de las revoluciones

El historiador cubano Rafael Rojas presenta un sumario de los desatinos revolucionarios en la América Latina del siglo XX

Rafael Rojas (Santa Clara, Cuba, 1965), historiador, articulista, académico, conferencista y ensayista cubano, radicado en México, autor de más de 20 títulos sobre la historia intelectual y política de América Latina, México y Cuba (José Martí: la invención de Cuba, 1996; Tumbas sin sosiego —Premio Anagrama, 2006—; Las Repúblicas de aire —Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco, 2009—; El estante vacío. Literatura y política en Cuba, 2009; La vanguardia peregrina. El escritor cubano, la tradición y el exilio, 2013; La polis literaria, 2018…).

 

Llega a las librerías El árbol de las revoluciones (Editorial Turner, 2021), donde Rojas hace un exhaustivo recorrido por el siglo XX latinoamericano en la dilucidación de diez revoluciones concluyentes en el proceso histórico, social y cultural de la región: la mexicana (1910-1940), la nicaragüense (años 20), las cubanas (años 30; 1959), el varguismo brasileño, el peronismo argentino, la guatemalteca (1944-1954), la boliviana (1952), la chilena de Allende (1970-1973) y la sandinista (1979).

“El contexto actual de América Latina se caracteriza por la tensión entre democracias consolidadas y un desencanto con esa forma de gobierno. Me parece un buen momento para hacer balance de la tradición revolucionaria latinoamericana del siglo XX, en el sentido más amplio y plural. Observo en la ideología y en la iconografía de la izquierda gobernante latinoamericana una usura simbólica de la tradición revolucionaria que, con frecuencia, trasmite desprecio por el saber académico”, expresó, en entrevista con CUBAENCUENTRO, Rafael Rojas, quien es también profesor e investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México.

Establece usted tres modelos: insurrecciones armadas, populismo e “intenciones gradualistas” en la lucha por el poder político en nuestros países. ¿En qué se basan esos esquemas? ¿Cuáles son sus diferencias?

En realidad son más de tres modelos, pero, en efecto, entre las diez revoluciones que estudio pueden distinguirse tres tipos ideales: sublevaciones armadas que llegan al poder (México, Cuba y Nicaragua), populismos clásicos (Vargas en Brasil y Perón en Argentina) y revoluciones democráticas, que triunfan por la vía electoral como la boliviana de Paz Estenssoro, la guatemalteca de Arévalo y Árbenz y la chilena de Salvador Allende y Unidad Popular. Las diferencias ideológicas y constitucionales al interior de cada tipo son más que evidentes.

Dentro del contexto de estas luchas revolucionarias: ¿dónde ubica usted a Jacobo Árbenz de Guatemala, a Juan domingo Perón de Argentina y al Salvador Allende de Chile?

Son tres casos de revoluciones muy distintas. La guatemalteca la interpreto en la estela de la mexicana de 1910, consolidada durante el cardenismo; aunque con la peculiaridad de que el reformismo agrario urbanista no fue centralmente comunal, como el ejidatario mexicano. El peronismo argentino, en cambio, no se entiende sin el varguismo, que creó una vía populista o “tercerista” propia, contrapuesta al cardenismo desde los años 30. El modelo chileno al socialismo, por su parte, es la única revolución marxista de carácter democrático que conocemos en la región.

¿Existen oposiciones entre ‘nacionalismo revolucionario’ y revolución?

Pienso el nacionalismo revolucionario como la principal corriente ideológica de las revoluciones armadas latinoamericanas. Sin embargo, hay matices decisivos, por ejemplo, entre los nacionalismos revolucionarios de México, Cuba y Nicaragua. En México, por ejemplo, nunca se produjo un deslazamiento de la ideología de Estado hacia el marxismo-leninismo de corte soviético, como se vio en Cuba y en menor medida en la primera etapa de la Nicaragua sandinista. De hecho, en el momento de mayor radicalidad ideológica del cardenismo, se le concedió refugio a León Trotsky, la principal figura de la oposición de izquierda al régimen estalinista.

El año de 1959, entrada de Fidel Castro en La Habana; y 1979, derrocamiento de Somoza en Nicaragua: ¿Dos momentos cruciales de la ‘expansión del ideal revolucionario’ en América Latina?

Sí, dos momentos de gran resonancia de ese ideal, aunque el primero anclado en el centro del conflicto bipolar, mientras que el segundo se produce en la parte baja o final de la Guerra Fría. La diferencia entre ambos momentos es tan notable que los sandinistas llegaron a desarrollar una alianza de apoyo que incluyó gobiernos latinoamericanos y europeos de muy diverso signo ideológico. Eso explica, en buena medida, que la Constitución sandinista de 1987 apostara por el pluripartidismo, los derechos humanos y la economía mixta; mientras que la cubana de 1976 reprodujo el modelo burocrático y unipartidista de la URSS.

¿La lucha contra Machado y las denuncias contra la corrupción protagonizadas por Eduardo Chibás en Cuba se ubican dentro del proyecto de revoluciones?

Creo que sí. Que forman parte de la misma tradición revolucionaria y populista latinoamericana, aunque ninguno de esos dos proyectos llegó al poder. Ni la Revolución del 33 logró consolidarse en su heterogénea ideología formativa ni el populismo de Eduardo Chibás y el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) alcanzó el poder en las elecciones de 1952, que frustró el golpe militar de Fulgencio Batista. El caso de Chibás lo estudio junto al de Jorge Eliécer Gaitán y el Partido Liberal Colombiano como dos populismos truncos.

El régimen de La Habana afirma que en Cuba ha ocurrido una sola revolución, la de 1959. ¿Qué opina usted de esa aseveración?

En los documentos gubernamentales, partidistas y constitucionales cubanos se afirma que en Cuba sólo ha habido una Revolución, que comenzó el 10 de octubre de 1868, con la primera guerra de independencia, y llega hasta nuestros días. No creo que haya idea más antimaterialista de la historia que la que se desprende de ese mito. Lo insólito es que el partido que sostiene dicha ficción se dice “comunista” y los historiadores e intelectuales que lo amplifican en los medios oficiales de la isla reclaman para sí la identidad doctrinal “marxista”.

¿Qué sucedió con esos procesos revolucionarios en América Latina en el contexto de la Guerra Fría y después de la caída del Muro de Berlín?

Lo que hemos visto a partir de la derrota del sandinismo en Nicaragua es un abandono gradual, tanto del método como del espíritu, de las revoluciones latinoamericanas. Ningún proyecto político de la izquierda en el poder, después de 1989 —ni siquiera el chavista— se propuso una reconstitución plena de la sociedad a partir de la estatalización masiva de la economía, el partido único o la adopción de una ideología oficial. Sin embargo, en las izquierdas gobernantes, el mito de la Revolución se ha reciclado y difundido ampliamente. Ese mito se levanta sobre un profundo desconocimiento histórico de las revoluciones reales, lo cual intento revertir en este libro.

¿Las guerrillas guevaristas, la vía chilena al socialismo de Allende y la lucha armada en el Cono Sur dónde se ubican?

Las guerrillas marxistas fueron resultado de la poderosa influencia de la Revolución Cubana en la América Latina y el Caribe de los años 60 y 70. Pero la experiencia de las guerrillas es sometida, con frecuencia, a generalizaciones interesadas y equívocas. No todas las guerrillas estuvieron de acuerdo con la teoría guevarista del “foco guerrillero” y el propio Che Guevara sostuvo ideas económicas y políticas discordantes con el modelo soviético. Más allá de la admiración que Allende sintiera por el Che no hay manera de asimilar la “vía chilena al socialismo” a las tesis guevaristas.

El chavismo de Venezuela y la Cuarta Transformación de Andrés Manuel López Obrador en México: ¿Qué papel juegan dentro de la tradición revolucionaria de América Latina?

Me parece que los proyectos del chavismo en Venezuela y del partido Morena actualmente en el poder en México son distintos, desde el punto de vista de sus políticas económicas, sociales e internacionales o su estrategia geopolítica. Nada más habría que recordar que la principal relación bilateral del gobierno de López Obrador es con Estados Unidos, primero con Trump y luego con Biden. Pero, como casi todos los gobiernos de la izquierda latinoamericana, en las últimas tres décadas, el lopezobradorismo rinde culto a la tradición revolucionaria del siglo XX. Un culto que, por lo general, pasa por la simplificación y la homologación de un conjunto de experiencias divergentes entre sí.

¿Revoluciones que derivan en regímenes totalitarios: Cuba, Nicaragua y Venezuela?

No hay dudas de que Cuba, Venezuela y Nicaragua representan los tres proyectos políticos más apartados del canon democrático en América Latina y el Caribe. Sin embargo, la relación con el totalitarismo es distinta en cada caso. En Cuba se construyó un sistema del socialismo real, con todos los elementos de los totalitarismos comunistas del siglo XX. Pero en Venezuela y en Nicaragua se optó por una vía autoritaria, que originalmente no estatalizaba el conjunto de la sociedad ni cerraba todos los espacios a la oposición. En los últimos años, tanto en Venezuela como en Nicaragua se estrecha aceleradamente la brecha entre autoritarismo y totalitarismo. Nada raro que hoy por hoy, esos tres gobiernos sean los principales aliados y baluartes de la impugnación a la democracia y al estado de derecho en el contexto regional.

 

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