Iglesia Venezolana

Homilía en recuerdo de Monseñor Aldo Giordano

El Cardenal Porras en el IV Domingo de Adviento

HOMILÍA EN EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO, EN LA QUE SE TIENE INTENCIÓN PARTICULAR DE ENCOMENDAR EL ALMA DE S.E. MONS. ALDO GIORDANO, ANTIGUO NUNCIO EN VENEZUELA, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO. Capilla de la Nunciatura Apostólica de Caracas, 19 de diciembre de 2021.

 

“Señor, muéstranos tu favor y sálvanos” (salmo 79). Este versículo del salmo que hemos proclamado hace unos minutos nos invita a no apegarnos a lo que se ve, a lo provisional, sino a lo que no se ve, a lo eterno. El adviento es tiempo que nos reta a ver lo invisible, lo trascendente, para que podamos superar la debilidad de la existencia, para que la trascendencia invada nuestro ser y transforme nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el de Jesús, hecho niño indefenso en Belén y fuerza salvadora en la Resurrección pascual.

 

La presente celebración eucarística, con la particularidad de ausencia física de fieles para respetar las exigencias de bioseguridad, nos llaman a vigilar la vida, la propia y la ajena, por el bien de todos, -pero llega a todos los hogares gracias a la bondad de los medios y las redes-, reviste la condición, de dar razón y agradecer, a nombre de la Nunciatura Apostólica, de la Iglesia que peregrina en Venezuela, y de buena parte de la ciudadanía, por las manifestaciones de condolencia en ocasión del fallecimiento de Mons. Aldo Giordano, quien apenas unos meses atrás, fue trasladado a la Nunciatura ante la Unión Europea, con sede en Bruselas. para continuar como representante pontificio en la Europa comunitaria.

 

Su muerte, acaecida a causa del Covid 19 el dos de Diciembre pasado en la ciudad de Lovaina, columna histórica de la presencia católica en el mundo intelectual universitario desde el Medioevo y más recientemente en el Concilio Vaticano II), nos tomó de sorpresa, dando ocasión a numerosos gestos de aprecio por su paso entre nosotros, y al ofrecimiento, en el pueblo fiel, de plegarias por su eterno descanso, como manifestaciones sinceras de la fe sencilla y humilde, que reflejan grandemente su amor al Papa y a su representante en nuestra patria.

 

Seis años entre nosotros le permitieron tomar contacto con la realidad física y espiritual de nuestra gente, compartir sus inquietudes y anhelos, dando razón positiva, en efecto, del papel que juega lo religioso católico en el imaginario del venezolano. Por este medio aprendió a tener devoción por nuestro beato José Gregorio Hernández, y acrecentar su fe mariana, haciendo suya la devoción a la Virgen de Coromoto. Su última entrevista en vida la concedió en Budapest, en el marco del Congreso Eucarístico Internacional, en la que afirmó que Venezuela le había robado el corazón. Troqueló así su condición de obispo y pastor con olor a oveja; y sufrió con pasión y bonhomía su difícil misión diplomática en la conflictiva crisis que vive nuestra patria.

 

Damos gracias a Dios por el bien que prodigó, favoreciendo el diálogo sanador y la búsqueda de consensos mínimos; ofrecemos sufragios para que el Señor misericordioso perdone los fallos y yerros, propios de toda obra humana, en la que la apertura y la perseverancia, fueron los rostros visibles de la imagen orientadora propia de la peculiar vocación de nuncio apostólico que, según el Papa Francisco, debe conjugar su condición de hombre de Dios que practica la justicia, el amor, la clemencia, la piedad y la misericordia, , con el hecho de que no se representa a sí mismo, sino a la Iglesia y al sucesor de Pedro. Anunciar con celo apostólico el Evangelio y ser hombre de mediación, comunión, diálogo y reconciliación. “El Nuncio, de manera intuitiva, -dice el Papa-, debe saber reorganizar la información global y encontrar las palabras adecuadas para ayudar a las personas que acuden a él en busca de consejo, con la sencillez de las palomas y la astucia de las serpientes (cf. Mt 10,16)”.

 

Esta misión le tocó a Mons. Aldo en las peculiares circunstancias que vivimos, que pusieron a prueba, en palabras del monje del siglo VII, Doroteo de Gaza, la constancia y el valor del edificio interior de la fe personal. Aprender a confiar y perseverar, sacando fuerzas de la fe en “quien resucitó al Señor Jesús y que también nos resucitará a nosotros con Jesús”, como escribe San Pablo a los Corintios (2Cor.4,14). Hacemos llegar a sus familiares en Cuneo, a la Secretaría de Estado y al propio Santo Padre Francisco, nuestra oración y reconocimiento, que, en este adviento, adquiere la fuerza de la esperanza, discreta, sencilla, invisible, del misterio del pesebre. El celo por los problemas de paz, el bien espiritual, moral y material de toda la familia humana es la virtud que descubre en lo cotidiano el vigor transformador de lo aparentemente insignificante.

 

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El mensaje de este cuarto domingo del adviento, centrado en la figura de María, alienta nuestro caminar para infundir la gracia del Señor en nuestros corazones. El misterio de la Encarnación nos lleva, a través de la pasión y de la cruz, a la gloria de la resurrección, como imploramos en la oración colecta de hoy. Salgamos presurosos, como María, al encuentro del hermano necesitado, a quien podemos y debemos ofrecer la cordialidad, la sonrisa y el apoyo, para que nos haga saltar de gozo por descubrir el valor de ese salir de nosotros mismos, de buscar a lo descartado del mundo para rescatar la dignidad humana y la fuerza del anuncio como surgió del diálogo entre María y su prima Isabel.

 

El Señor nos muestra su poder y nos salva. Tengamos el coraje de sentirlo en el testimonio de los que están a nuestro lado y no queremos verlo. Con ojos de bondad y desprendimiento, no con actitudes de dominio y manipulación, porque la grandeza del que ha de nacer, -el Emmanuel, el del pesebre-, llenará la tierra y él mismo será la paz. Hoy lo evocamos en personas como Don Aldo, y en tantos otros, servidores y constructores del bien, de esta orilla o de la otra acera, caídos también por la pandemia, o por el odio y la violencia, la pobreza o la indigencia o por el desgaste cotidiano y discreto del amor sin fronteras. Estamos llamados a ser heraldos de la paz verdadera, la que surge del amor a Dios y el servicio al prójimo. Que así sea..

 

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