El otro país
José Antonio Rosales:
Ayer Dios me dio la oportunidad de visitar otro país sin necesidad de pasar por Extranjería, sin necesidad de pasaporte para la salida, tampoco para la entrada de regreso a Caracas. Ese país se llama UCAB, ubicado -al igual que el Estado Vaticano en Italia- en el corazón de otro país llamado Venezuela. No conocía las instalaciones de la Universidad Católica Andrés Bello y en una diligencia particular tuve que trasladarme hasta allá y pasar un par de horas en un lugar que es digno de ser visitado.
La primera buena impresión la recibes al ingresar por la extraordinaria amabilidad -poco común en otros países vecinos- de los funcionarios de inmigración, quienes tienen la labor nada grata de asegurarse de que no eres un inmigrante indeseado. Pasado por este rápido control, lo siguiente es transitar por rutas impecablemente limpias y bien mantenidas, rodeadas de jardines y de árboles sin ni siquiera las hojas de un árbol en el suelo, cosa difícil de creer, para luego llegar a los sitios previstos para estacionar, con todas sus áreas perfectamente limpias y bien delimitadas.
Mi visita solo se limitó al espectacular edificio de la biblioteca central, denominado “Centro Cultural Padre Carlos Guillermo Plaza, s.j.”, diseñado por los arquitectos Oscar Capiello y Francisco Pimentel, puesto en servicio ayer….perdón, puesto en funcionamiento el 22 de mayo de 2013. Este edificio pareciera que está recién estrenado y si yo hubiera tenido que asignarle un nombre lo habría bautizado “Transparencia”. Desde cualquier parte en que te ubiques, puedes ver el otro extremo y, lo más impresionante, la verde montaña, los jardines o los otros bellos edificios de la misma universidad, especialmente el edificio cuya fachada es una colmena; las colmenas donde “se trabaja duro para disfrutar de las mieles provenientes del esfuerzo” (frase colocada en una placa a la entrada del edificio de las aulas). Todas las oficinas son de vidrio, mantenidas a tal nivel de pulcritud que a veces no es fácil percatarse de que tienes una pared transparente frente a ti, con pisos tan brillantes que reflejan la generosa iluminación. ¡Ni hablar de una mancha en el piso o de un papel en el suelo! Al principio pensé que esas instalaciones seguramente tendrían un ejército de personal para el mantenimiento, pero no vi ningún batallón por ninguna parte, salvo uno que otro empleado que por supuesto estaba dando vueltas por allí pendiente de la limpieza.
Todos los empleados, absolutamente todos, desde quien ocupa el cargo de director hasta el más humilde de los trabajadores, impecablemente vestidos -que en ningún caso es sinónimo de lujosamente trajeados-, amables, con una sonrisa permanente, atentos para ayudarte en tu más mínima necesidad que ellos anticipan adelantándose a una posible interrogante de tu parte. Me informaron que la mayoría de esos trabajadores viven en las ciudades fronterizas del vecino país: Antímano, Mamera y Carapita. Me llamó la atención un salón dedicado para actividades infantiles, cuyo fin es atender a niños residentes de esas ciudades vecinas e hijos de trabajadores, quienes participan en programas educativos gratuitos, patrocinados por la UCAB. Los muebles y enseres en este salón, al igual que en el resto de las instalaciones, parecían recién comprados, a pesar del uso que seguramente le dan los niños sobre los cuales me informé que “…son los niños más educados que han pasado por aquí”. Por un instante pensé que esos muebles eran usados por niños de otra galaxia, pero recordé que ya me habían informado que los usaban los niños venezolanos.
Mi visita me hizo recordar el antiguo Metro de Caracas, en sus inicios presidido por el Dr. González Lander, porque también el metro era otra ciudad construida debajo de la ciudad capital. Bajar por una escalera para entrar al metro, era como pasar de un país a otro. Hace años, muchos años, el metro fue nacionalizado y ya está incorporado al país Venezuela; ya no es un sitio para visitar.
En ese país llamado UCAB conviven muchos tipos de gente: estudiantes de alto poder adquisitivo, otros no tanto; profesores y trabajadores provenientes de todos los sectores socio económicos del vecino país y, por supuesto, las autoridades encargadas de la buena marcha de ese magnífico país. Autoridades que por ninguna parte logré verlas, pero que sin duda están por allí haciendo lo que tienen que hacer: dirigir la institución, velar por el cumplimiento de las normas, administrar eficientemente los recursos, dejando que cada quien haga su trabajo. Las autoridades no se ven, pero lo importante es que por doquier se ve su obra: una institución digna de los habitantes del país vecino -Venezuela-, quienes en la búsqueda de la excelencia para sus hijos, los mandan a cursar estudios en esa institución para garantizarles un futuro digno de todo ser humano.
Por momentos quise ser adolescente para tener la oportunidad de estudiar en esa universidad y sentí envidia bonita de aquellos trabajadores que a diario seguramente van felices a su hermoso sitio de trabajo.
Al cabo de un par de horas, ya de regreso a Caracas, en el camino de retorno no hacía más que pensar: ¿por qué, si todas, absolutamente todas las personas que hacen vida en la UCAB son del país vecino, en este las cosas no funcionan como allí?
Para mí, la respuesta es una sola: el país vecino necesita unas autoridades que, invisibles, hagan su trabajo y dejen a sus habitantes hacer el suyo, porque el recurso humano ya lo tiene: los venezolanos, los mismos que, independientemente de dónde viven y de su condición socioeconómica, están perfectamente preparados y educados para desempeñarse al máximo nivel de eficiencia y que saben comportarse como ciudadanos ejemplares cuando el medio en que se desempeñan así lo exige. Y esos venezolanos provenimos de las instituciones educativas de altísimo nivel que, como la UCAB -me refiero a la UCV, ULA, LUZ, UDO, Universidad de Carabobo, Universidad Centro Occidental, etc.- formaron en el pasado excelentes profesionales y que si hoy no están haciéndolo como antes es porque las han estrangulado quitándoles el indispensable oxígeno presupuestario porque no se han plegado al pensamiento único que se ha pretendido instaurar en este otro país, el mal llamado por algunos el de la felicidad infinita.
Cuán feliz me sentí en esa corta gira y cuánta esperanza renació en mi al pensar que tenemos mares, ríos, montañas, llanos y lo más importante: tenemos al venezolano que sabe cómo actuar y cómo comportarse, que es merecedor del mejor país del mundo y que, lamentablemente, lo único que nos falta son los directores de la orquesta, los líderes que pongan al lado sus intereses personales para dedicarse genuinamente a la recuperación de lo que fue Venezuela, disfrutada a plenitud por quienes ya tenemos el sol a nuestras espaldas pero que volverá a ser mejor que antes, quiera Dios más temprano que tarde, porque en ese país vecino se están formando los jóvenes que tendrán a su cargo la inmensa responsabilidad de reconstruir al país vecino llamado Venezuela.
Caracas, 15 de diciembre de 2021
El autor es un Ejecutivo caraqueño, oriundo de Carache