Lecturas recomendadas

¿Por qué es importante visibilizar el conflicto?

Benigno Alarcón Deza:

Cambiar la situación planteada implica cambiar el balance de poder entre una minoría autoritaria que nos gobierna y una mayoría del país desempoderada, desmovilizada y sometida a su mandato como consecuencia del miedo y la desesperanza aprendida… Cambiar implica visibilizar el conflicto entre una mayoría que quiere vivir en democracia para construir un futuro para sí y sus hijos en Venezuela, y un pequeño grupo que quiere vivir del control del poder sobre el Estado…

La Prospectiva para el 2022

Comenzamos nuestra primera entrega del nuevo año deseando que el 2022 llegue cargado de bienestar y buenas noticias para todos, para nuestro país y para la humanidad.

Cerramos el 2021 con nuestro informe sobre la prospectiva del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno UCAB para Venezuela durante este año en lo internacional, social, económico, y político, de acuerdo con los escenarios que las tendencias actuales permiten proyectar.

Quienes han seguido nuestros informes, eventos, editoriales y podcast durante los nueve años de funcionamiento del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno, estarán de acuerdo en que, lamentablemente, nuestro escenarios se han caracterizado por su precisión y objetividad, lo que le ha dado a nuestro Centro un espacio privilegiado en los medios nacionales e internacionales que dan forma a la opinión pública sobre Venezuela, y entre actores internacionales y organizaciones no gubernamentales, académicos, analistas y consultores, tanto locales como foráneos, por lo que queremos iniciar este año agradeciendo a Ustedes, a nuestros destinatarios, y a quienes apoyan y hacen posible nuestro trabajo.

Pero tales resultados no serían posibles si no contáramos con un equipo multidisciplinario de expertos del más alto nivel que, semana tras semana, se reúnen para discutir el tablero que examinan desde la perspectiva de su propia experiencia y experticia, para unir las piezas de un complejo rompecabezas que toma forma y cobra sentido gracias a sus invalorables aportes que enriquecen nuestra comprensión individual e institucional. Si bien es cierto que nadie puede adivinar el futuro, existe la prospectiva como ciencia que se dedica al estudio de las causas técnicas, científicas, económicas, políticas y sociales que explican la evolución del mundo, y permiten la proyección de escenarios posibles  que podrían derivarse de la interacción entre causas y tendencias conjugadas. A todo evento, la prospectiva lo que no es ni puede ser es determinista, sino una herramienta para analizar las tendencias y los escenarios probables que se derivan de estas, bien sea para aprovecharlos o para evitarlos, ya que, a la final, la realidad que terminará materializándose será el resultado de la interacción entre los actores y sus entornos. En este sentido, cuando estamos ante escenarios poco deseables, como los descritos en nuestro último editorial del pasado 13 de diciembre, toca hacer algo para evitarlos e intentar moldear una realidad más acorde a nuestras aspiraciones.

¿Cómo llegamos al 2022?

En nuestras proyecciones para este año decíamos que el 2022 se caracterizaría en lo político por la tendencia hacia una mayor autocratización del régimen, que podría comenzar a evidenciarse tan temprano como el 9 de enero, fecha pautada para repetir la elección del gobernador en Barinas, después de que el candidato ganador, el pasado 21 de noviembre, Freddy Superlano, fuese despojado de su triunfo por una sorpresiva y extemporánea decisión del Tribunal Supremo de Justicia sobre su capacidad para postularse como candidato.

La disposición del gobierno a usar la fuerza para mantenerse en el poder puede hacerse mucho más evidente en este nuevo año, en el que nuestros indicadores apuntan hacia una exacerbación de las condiciones para una mayor conflictividad social y política, como consecuencia del conflicto político y el evidente incremento de las asimetrías sociales y económicas, pero también por la activación del revocatorio en medio de una creciente división y anarquización del liderazgo opositor, alimentadas no solo desde las ambiciones de varios liderazgos sino también desde la estrategia de dividir para gobernar, finamente trazada y ejecutada desde el gobierno, como veníamos diciendo desde el 2020, y tal como el mismo Héctor Rodríguez reconoció poco después del triunfo electoral del oficialismo en noviembre.

Hoy podría decirse que el gobierno, como resultado tanto de la fragmentación interna y el debilitamiento de la oposición como de la descoordinación entre aliados internacionales democráticos, está en una posición de mayor estabilidad. Estabilidad precaria si se quiere, pero estabilidad a fin de cuentas, lo que implica que mientras nada se mueva, el régimen puede mantenerse en equilibrio indefinidamente, y mucho más cuando resulta evidente un mejor manejo de sus alianzas internacionales con otros gobiernos autoritarios, la cooptación de actores “opositores”, e incluso de la sociedad civil, que han asumido la cohabitación como forma de retirada no declarada para participar, aunque sea de forma marginal, en el poder, mientras tratan de convencer a la mayoría del país de que si esperamos pasivamente hasta el 2024 seremos más fuertes, olvidando que la estabilidad de un equilibrio solo se mantiene por la inercia, y la inercia solo servirá para fortalecer el equilibrio, estabilizar al gobierno en el poder y mantener las cosas como están.

En no pocas ocasiones se me ha señalado de pesimista y se me ha demandado mayor optimismo en mis análisis. Diagnosticar cualquier situación de la manera correcta implica esforzarse por ser realistas, por deshacerse de los sesgos. Ser optimista o pesimista en el análisis implica interpretar la realidad con un sesgo, positivo o negativo, que puede afectar la percepción y el buen juicio, además de aceptarla como si se tratase de un destino inevitable que determina nuestro estado de ánimo. Algo totalmente distinto es el carácter, la actitud, con que asumimos los desafíos que la realidad nos impone para aprovecharla o cambiarla cuando no estamos conformes con ella. Nadie que se sienta derrotado desde antes de iniciar su lucha por una causa puede tener éxito, porque carecerá de la determinación y la energía vital para superar los obstáculos que serán siempre proporcionales a la grandeza de la obra que se emprende. Nunca encontraremos la grandeza, lo extraordinario, las cosas que valen la pena, dentro de nuestra área de confort.

La capacidad que un gobierno tiene para ejercer el poder sobre una población no es eterno ni se deriva de fuerzas mágicas o sobrenaturales, sino de la aceptación voluntaria de quien gobierna por la población (legitimidad) o por el ejercicio de la violencia (o la amenaza de su uso) contra la misma población (represión). La medida de cuán democrático o autoritario es un régimen se expresa, en buena medida, en cuánta legitimidad o cuánta represión sirven de base a su gobernabilidad. Un gobierno que goza de legitimidad no necesita del ejercicio de la represión para gobernar.

Cuando un régimen no es aceptado por la mayoría de la población como legítimo se hace cada vez más dependiente de la represión, del uso de la violencia contra sus compatriotas. El uso de la violencia para mantenerse en el poder se explica, en ocasiones, porque esta minoría se beneficia de su posición, de su relación con el poder, o por el fanatismo e ignorancia de quienes, incluso sufriendo las mismas penurias de la población, se mantienen leales por razones ideológicas, aún contra sus propios intereses y en beneficio de quienes gobiernan.

Sin embargo, mantener el poder por la amenaza o el uso de la violencia tiene límites, porque quienes están dispuestos a ejercer la represión siempre conforman un grupo muy pequeño comparado con quienes desconocen su legitimidad, razón por la cual, como demuestra en su tesis Chenoweth y Stephan (Why Civil Resistence Works, 2011), un porcentaje tan pequeño como el 3.5% de la población movilizada se ha traducido en el colapso de regímenes autoritarios en la mayoría de los casos.

Es por ello que el miedo y la desesperanza, que se traduce en el desempoderamiento de la población es uno de los mecanismos más valorados por cualquier autócrata. El miedo, como la legitimidad, implica el consentimiento, la aceptación por resignación del gobernante, aún cuando no lo reconozcamos como legítimo. El miedo, como forma de represión pasiva, y a diferencia de la represión activa por ejemplo contra las protestas, no implica costos políticos ni materiales para el régimen, ni el riesgo de que quienes se espera que repriman a la población decidan no hacerlo y se pongan del lado de ella. El miedo y la desesperanza aprendida, que se traduce en desempoderamiento y desmovilización, pueden mantener a un autócrata, aún en condiciones precarias, por muchos años en el gobierno.

Cambiando el balance de poder

Cambiar la situación planteada implica cambiar el balance de poder entre una minoría autoritaria que nos gobierna y una mayoría del país desempoderada, desmovilizada y sometida a su mandato como consecuencia del miedo y la desesperanza aprendida. Para ello resulta esencial comenzar por cambiar nuestra propia actitud hacia la realidad en que vivimos, tomar conciencia sobre ella y sobre la brecha, o mejor dicho el inmenso abismo, entre el país en el que queremos vivir y el que tenemos por imposición de un pequeño grupo que ocupa el poder, y continuará haciéndolo si la mayoría del país no hace nada para cambiar la situación.

Cambiar implica visibilizar el conflicto entre una mayoría que quiere vivir en libertada y democracia, una mayoría decente que quiere vivir de su trabajo y construir un futuro para sí y sus hijos en Venezuela, y un pequeño grupo que quiere vivir del control del poder sobre el Estado, al que llegaron hace veintitrés años para convertir a Venezuela en uno de los países menos democráticos, más corruptos y pobres del mundo, según todos los índices internacionales.

Visibilizar el conflicto implica que esa mayoría de la sociedad venezolana que demanda un cambio tome la iniciativa de hacer visibles sus demandas y desacuerdos con el gobierno en cada oportunidad que se le presente o pueda generar para ello. En la medida que la población comienza a movilizarse, otros que no se atrevían y se mimetizaban por miedo entre una mayoría desmovilizada, que se sentía sola y derrotada, comenzarán a salir de las sombras y a sumarse, con lo cual una mayoría pasiva e invisible empezará a hacerse activa y visible.

Pasar de un escenario de mayor autocratización a uno que implique poner freno a la hegemonía autoritaria del gobierno no depende de un escenario predeterminado, sino de la interacción entre los actores, en este caso entre el gobierno y quienes se le oponen. Y cuando hablamos de quienes se le oponen, no hablamos solo de la oposición partidista, que es si acaso una molécula del sector democrático venezolano, hablamos de cada ciudadano que quiere vivir en libertad y hacer de Venezuela una tierra de oportunidades, bienestar, justicia y futuro para todos.

El 2022 se presenta con oportunidades para que esa gran mayoría democrática de la sociedad venezolana se movilice y haga visibles sus demandas y desacuerdos con el gobierno. Una de esas primeras oportunidades se presentó el pasado domingo 9 de enero, con la repetición de la elección del gobernador de Barinas, en la que la sociedad del estado natal de Chávez ratificó de manera contundente su voluntad de terminar con la hegemonía oficialista y demostró con su ejemplo al resto del país que sí se pueden cambiar las cosas cuando la mayoría se une por una causa, pese a todo el ventajismo que el oficialismo ejerció a través del control del Estado.

Una segunda oportunidad que se presenta en el 2022, para movilizarse y visibilizar el conflicto, es el referendo revocatorio. El referendo revocatorio contaba ya para julio del año pasado con más de un 80% de aprobación entre quienes se oponen a la continuidad del régimen. Y a pesar de que no tenemos mediciones propias recientes, hemos visto otras en las cuales el nivel de apoyo a un revocatorio se mantiene, pese a los múltiples voceros que, unos de buena fe y otros por cálculos hechos a su propia conveniencia o a la del gobierno, argumentan sobre su inconveniencia o inviabilidad.

La realidad es que no hay nada a lo que el régimen tema más que a un referendo revocatorio, en el que la derrota de Maduro estaría prácticamente garantizada. Es por ello que la mayoría de quienes argumentan en contra de su activación, lo hacen en base a las dificultades para su convocatoria que se evidencia de la experiencia fallida de 2016. Lo que no nos responden quienes se oponen al revocatorio es qué haremos durante los próximos tres años para debilitar el gobierno y fortalecer al sector democrático, mientras esperamos las elecciones presidenciales de finales de 2024; qué haremos para visibilizar el conflicto y movilizar a la mayoría democrática para cambiar el balance de poder entre una minoría autocrática que nos gobierna y la gran mayoría del país que demanda democracia; lo que no nos responden es por qué ese 80% que apoya la activación de un referéndum revocatorio, como mecanismo democrático para solucionar, de una vez por todas, el conflicto político en el que está  inmerso el país, debe renunciar a un derecho consagrado en la Constitución vigente, como lo está el derecho a elegir.

Desde la lógica más elemental resulta poco coherente que se haya convocado a participar en las elecciones del pasado 21 de noviembre, “porque ahora tenemos un Consejo Nacional Electoral más equilibrado”, “porque los espacios no se abandonan”, “porque tenemos que ejercitar el músculo electoral”, entre otros muchos argumentos, a pesar de que más de la mitad de los opositores no querían participar y de que sabíamos que el gobierno nos quería allí porque todas la probabilidades apuntaban a un importante triunfo del oficialismo, pero ahora, cuando la gran mayoría de las personas reclama la activación del referéndum revocatorio y podría estar más motivada por la derrota del chavismo en su propio terreno, se nos pida que renunciemos a la lucha por hacer valer nuestro derecho a decidir la continuidad o no del gobierno, olvidándonos de todos los argumentos esgrimidos hasta hace poco a favor de la participación electoral porque el gobierno, a sabiendas de que lo perdería, no lo permitirá. Justamente, que el gobierno no lo quiera no puede ser la razón para no intentarlo sino, por el contrario, pareciera ser la mejor razón para convertir el revocatorio en la causa para movilizar a la gran mayoría democrática del país en este nuevo año, que ha comenzado bien gracias al ejemplo que Barinas.-

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