Testimonios

El monasterio de los 10.000 caídos reza para que Putin sea más humano

El 'muro de los mártires' que rodea al monasterio San Miguel de Kiev recuerda a los miles de muertos de un conflicto que se remonta a 2014 con la anexión de Crimea

La guerra entre Ucrania y Rusia no estalló el 24 de febrero con la invasión ordenada por Vladímir Putin. El ‘muro de los mártires’ que rodea al monasterio San Miguel de Kiev recuerda a los más de 10.000 muertos de un conflicto que se remonta a 2014 con la anexión de Crimea y los combates en Donbass, al este del país, y que estos días vive sus horas más sangrientas. El monasterio, inconfundible por sus cúpulas doradas, que fueron arrasadas durante la época soviética, es ahora una base logística del Ejército. Ha puesto su cocina al servicio de las tropas y su enorme patio sirve de aparcamiento para ambulancias y vehículos de los servicios sanitarios. El lugar santo es ahora una base militar, los uniformados custodian el acceso y los religiosos, de negro riguroso y con grandes medallones dorados al cuello, apenas salen de la catedral.

Ram es el nombre de guerra de un jubilado de 61 años que ha decidido alistarse como voluntario. Las fuerzas regulares cuentan con el refuerzo de las milicias de civiles y de los voluntarios como Ram, que en muchos casos son veteranos de la guerra de 2014. «Soy conductor y ahora me encargo de la distribución de comida, pero si hace falta me pongo al frente de un tanque. Rusia debe saber que vamos a resistir y que tiene en frente a luchadores con experiencia. Venceremos esta guerra», asegura este voluntario camino de su vehículo, un minibús de color amarillo. Ram fue herido en el Donbass.

No se puede sacar la cámara en el exterior del monasterio porque se encuentra en la calle Triokhsviatytelska, justo frente al edificio de color rosa del ministerio de Interior, un potencial objetivo de Rusia. Tampoco se pueden tomar imágenes de los uniformados en su interior «porque es un lugar santo que se ha tenido que adaptar a las circunstancias, en tiempos de guerra no podemos permanecer ajenos a las necesidades de la patria», justifica el padre Laurent, uno de los portavoces de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana. Este religioso es de la parte occidental del país, adonde no han llegado de momento los combates, pero piensa quedarse en Kiev pase lo que pase porque «este es nuestro lugar y combatimos con la oración. Hacemos servicios especiales diarios para pedir la paz, abrimos las puertas de las iglesias como refugio y ayudamos en lo que podemos».

Cisma en la iglesia ortodoxa

El conflicto político y militar que enfrenta a Moscú y Kiev se ha trasladado también al seno de la iglesia y ha provocado un cisma. Después de cinco años de guerra en el Donbass y la pérdida de Crimea, el 5 de enero de 2019 la Iglesia Ortodoxa de Ucrania obtuvo la carta de libertad que le desvinculó del Patriarcado de Moscú, del que dependía desde 1686. Las autoridades eclesiásticas rusas se revelaron ante la escisión, pero religiosos como Laurent defienden la necesidad de tener « una iglesia ucraniana para los ucranianos». En estos momentos conviven en el mismo país iglesias leales al patriarcado de Kiev y otras al de Moscú, lo que supone un foco constante de tensión porque, aunque la iglesia es sobre el papel independiente, está muy vinculada al Estado y los ucranianos acusan a Moscú de emplear la religión como una quinta columna.

El padre Laurent sigue al minuto la información sobre la guerra y reza con intensidad en esta catedral dedicada a San Miguel porque «es el patrón de los soldados del cielo. Según la Biblia, respondió a la llamada de Dios para hacer frente al diablo con sus tropas celestiales. Es todo un símbolo nacional y por eso está también en el escudo de Kiev. Para ganar esta guerra necesitamos la ayuda del arcángel San Miguel y sus soldados celestiales».

Enciende velas para reforzar unas plegarias en las que se sorprende orando por Putin. «Pido a Dios para que le haga más humano, lo cual traerá grandes beneficios no solo a Ucrania, sino a todo el mundo», explica este religioso. Entre el sonido de las campanas, único instrumento que permiten los ortodoxos en sus templos, y las sirenas antiaéreas, la plegaria de Laurent y sus fieles trata de alzarse con fuerza para superar la cúpula de la catedral y llegar a oídos del Altísimo.

El tiempo corre en contra de una capital que es una ciudad fantasma a la espera del asalto ruso. Los más creyentes confían en un milagro y se agarran a la fe a la espera de que San Miguel se apiade de ellos y les ayude ante la persona a la que ven como el auténtico demonio del siglo XXI, a quien consideran «un peligro para Ucrania y para todo el mundo».

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