Lecturas recomendadas

Paz, Heridas y Aliento

 

P. Paul Scalia, sacerdote de la Diócesis de Arlington, VA:

Ubíquese usted con los Apóstoles en el Cenáculo. Considere las emociones presentes en cada corazón. Estos hombres están en el mismo lugar donde Jesús les dio la Eucaristía y los ordenó sacerdotes. El mismo lugar donde cada uno de ellos prometió serle fiel hasta la muerte. Increíble tristeza y vergüenza llenaban ahora sus corazones. Habían descuidado Sus obsequios y le habían fallado miserablemente. Tal vez su vergüenza conducía a recriminaciones mutuas, como suele ocurrir.

Luego está la situación afuera del Cenáculo. Las autoridades religiosas que dieron muerte a Jesús todavía están en el poder. ¿No parecería razonable que vinieran también por los Apóstoles? Finalmente, a estas alturas del Domingo de Pascua, los Apóstoles han oído hablar de la tumba vacía. Pedro y Juan habían corrido hacia esta; habían regresado, e informado que estaba vacía. No es inmediatamente obvio que esta sea una buena noticia. Si está vivo, ¿cómo vendría a ellos? ¿Con perdón, o con condena? ¿Cómo les saludaría? ¿Cómo deberían saludarle?

Entonces, de repente y sin previo aviso, Jesús vino y apareció en medio de ellosEs decir, en medio de este miedo, vergüenza y frágil esperanza. Él no trae condena; ni siquiera, regaño. En vez de ello, trae lo que celebramos hoy. Las palabras y acciones del Señor resucitado en el Cenáculo conceden y revelan la Misericordia Divina.

En primer lugar, la Divina Misericordia establece paz: Él les dijo: “La paz sea con ustedes”. Para los Apóstoles, escuchar esas palabras debió haber sido un bálsamo para sus almas torturadas. No volvió para condenarlos, sino para reconciliarlos con Dios. Que es lo que significa estar en paz: ser hecho uno, una vez más, con Dios. Cristo realizó esta reconciliación en la Cruz, y ahora la revela y la  extiende con las sencillas palabras: La paz esté con ustedes.

Hay varias dimensiones de esta paz. Los Apóstoles se reconcilian primeramente con el Padre por medio de Cristo el Hijo. Esta reconciliación no llega por méritos propios, sino por iniciativa y misericordia del Padre, en el Hijo. Como están reconciliados con el Padre, también están reconciliados dentro de sí mismos. Nuestra separación de Dios produce una terrible división dentro de nosotros mismos. Nuestra reconciliación con Él produce entonces una paz en nuestro propio corazón, una reconciliación con nosotros mismos. Esto también los pone en paz los unos con los otros. Porque sólo el que está en paz con Dios, y consigo mismo, puede estar en paz con los demás.

Todos deseamos la paz y tratamos de lograrla o alcanzarla nosotros mismos. Pero ninguna cantidad de logro personal o popularidad. . . ninguna legislación, crecimiento económico o renovación cultural pueden producirla. La paz viene solo de la obra del Padre a través de Cristo Su Hijo. Es una obra de la Divina Misericordia que debemos rogar al Padre que nos conceda.

En segundo lugar, la Misericordia Divina carga consigo las heridas del pecado: Cuando dijo esto, les mostró las manos y el costado. Es decir, les muestra Sus heridas, los agujeros de Sus manos y Su costado, como sabiamente había insistido Tomás. A diferencia de lo que pasa por misericordia entre nosotros, la Divina Misericordia toma el pecado en serio. No pasa por alto ni toma a la ligera el mal que hacemos. No es un encogimiento de hombros o una indulgencia, No te preocupes por eso. . . . Todo está bien. La misericordia divina mira el pecado en todo su horror y, más aún, lleva las heridas de nuestros pecados.

Él conoce nuestros pecados a fondo porque ellos lo han traspasado. Su misericordia no es una trivialización de lo que hemos hecho. Él guarda las heridas, no para acusarnos o condenarnos sino para mostrarnos que Su misericordia es más real que nuestros pecados y más fuerte que ellos.

En tercer lugar, la Divina Misericordia tiene poder hasta para resucitar a los muertos: Y cuando dijo esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo”Este gesto de soplar habría sido tan extraño para los Apóstoles como lo es para nosotros. Pero al menos habrían captado su significado. Su soplar sobre ellos no es solo un gesto o un saludo. Es un signo de lo que Su misericordia realiza.

En el Génesis se puede leer: Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente. Somos traídos a la vida por el aliento de Dios. Ahora, en la Persona de Jesús, Dios sopla sobre los Apóstoles, para mostrar que Su misericordia produce nueva vida, una nueva creación. Somos traídos a una nueva vida por el soplo de Dios.

Finalmente, su misericordia toma una forma específica: “A quienes perdonen los pecados les serán perdonados, y a quienes se los retengan les serán retenidos. En estas palabras tenemos el Sacramento de la Confesión en forma seminal. Jesús da a los simples hombres el poder de perdonar los pecados y, significativamente, la responsabilidad de distinguir entre lo que debe ser perdonado y lo que debe ser retenido. ¿Cómo sabe un hombre qué hacer con esa autoridad? Pues, requiere que la persona que busca el perdón dé a conocer su alma y su dolor. A eso le llamamos  Confesión.

Y, tan a menudo como acudimos este Sacramento, Cristo resucitado se nos hace presente, insuflándonos su vida nueva; para que nosotros, a nuestra vez, podamos convertirnos en instrumentos y mensajeros de esta misericordia que trae la paz, carga consigo todas las heridas y resucita a los muertos.-

Sobre el Autor
El P. Paul Scalia es sacerdote de la Diócesis de Arlington, VA, donde se desempeña como Vicario Episcopal para el Clero y Pastor de Saint James en Falls Church. Es el autor de That Nothing May Be Lost: Reflections on Catholic Doctrine and Devotion [Que nada pueda perderse: Reflexiones sobre la doctrina y la devoción católicas] y editor de Sermons in Times of Crisis: Twelve Homilies to Stir Your Soul [Sermones en tiempos de crisis: Doce homilías para sacudir su alma].-

 

DOMINGO 24 DE ABRIL DE 2022
Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de:

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