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¿Pesimismo o ingenuidad?

Son dos posibles situaciones del caminante, pero...

 

Rafael María de Balbín:

El caminante va dirigido a su meta ya, pero todavía no ha llegado. Si no buscara la meta no caminaría. Pero tampoco lo haría si ya hubiera llegado. Su esperanza se vería anulada  si dejara de buscar la meta (desesperación), pero también si juzgara prematuramente que ya  alcanzó la plenitud o que la tiene de antemano asegurada (presunción). También el desesperanzado anticipa indebidamente, en este caso el resultado negativo: desesperar es descender al infierno, enseña San Isidoro.

Ambos extremos son incompatibles con la condición del caminante: el aún no  es,  ni tampoco el ya. Estas dos cosas producen la muerte en el alma: la desesperación y la esperanza pervertida,  decía San Agustín.

¿Pesimismo o ingenuidad?  Son dos posibles situaciones del caminante, pero la desesperación y la presunción son más profundas y personales. La desesperación no es un simple sentimiento de frustración o de tristeza sino un libre afecto de la voluntad, que rechaza conscientemente llegar a la plenitud, juzgando erróneamente que todo tiene que acabar mal. No es un pesimismo temperamental sino una decisión moral, singularmente nocivo si rechaza la ayuda que Dios nos ofrece en Cristo Redentor, que se ha proclamado a sí mismo El Camino. Orientarse por ese camino es vivir con esperanza.

Conviene rechazar la tentación de la desesperanza, que bajo la apariencia de un sano realismo, falsea la realidad. Tal como afirma Tomás de Aquino: Si realmente no se pudiera perdonar el pecado, no sería pecado desesperar del perdón de los pecados. La conducta de Judas Iscariote no fue realista sino desesperada. El desesperado está negando el camino hacia la plenitud, hacia la cual, sin embargo, está profundamente orientado. Es un desgarramiento espiritual especialmente doloroso y peligroso. Los moralistas lo señalan como uno de los pecados contra el Espíritu Santo, es decir como un voluntario rechazo al amor salvador que Dios nos ofrece.

La desesperación no es fruto de una decisión repentina, sino que viene preparada por un paulatino alejamiento del bien. Tiene que ver con la acidia o pereza espiritual, que no es una simple flojera o dejadez  sino un voluntario fastidio del bien divino en el hombre. La acidia se opone a la magnanimidad  y alegría del caminante esperanzado, y es compatible con el activismo de quien ahoga sus remordimientos en el vértigo de la acción. La falta de interioridad se camufla bajo las apariencias del trabajo eficiente y arrollador. Detestar el bien divino (no quiero saber nada de Dios; que me deje en paz), es empequeñecer el ánimo con una falsa humildad: renuncia a alcanzar la propia excelencia, que es lo que Dios desea para cada uno. La desesperación es una actitud soberbia, que falsea la realidad: se niega la plenitud y se afirma la no-plenitud como si fuera la plenitud.

Pero el dinamismo del caminante, su juventud de espíritu, también se anula por la presunción. Se podría decir que éste es un vicio infantil, mientras que la desesperación es un vicio senil. La presunción anticipa indebidamente la plenitud, como un ingenuo autoengaño, como queriendo ahorrarse las fatigas del camino, como pretendiendo cosechar sin haber sembrado. Se podría decir, con San Agustín que es  una seguridad perversa. Es una apuesta temeraria sobre el futuro. Como aquel epitafio que había en una tumba del  cementerio gallego: <<Aquí yace Juan García, que prendió un  fósforo para ver si gas había…Y había>>.-

(rbalbin19@gmail.com)

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