Lecturas recomendadas

La potencia del desierto

Espiritualidad contemplativa y desierto se presuponen

Horacio Biord Castillo:

Thomas Merton (1915-1968), poeta contemplativo y monje trapense, escribió “ya no quedan desiertos, solo hay bungalows para turistas” (1), aludiendo a la importancia de vincularse con los semejantes y superar la soledad destructiva así como el desentendimiento de los demás. Sin embargo, esas palabras hacen recordar planes para turistas y reportajes, en formato escrito o audiovisual, que terminan proporcionando miradas excesivamente simplificadas o, incluso, sin proponérselo pero por lo limitado del abordaje, distorsionadas de países, regiones o sociedades. De allí expresiones como que los turistas quieren vivir en los lugares que visitan sin conocerlos en profundidad o la idealización y también negación de sociedades y parajes remotos que constituyen alteridades extremas para el espectador o consumidor. Ingenuidad y prejuicios se expresan en ambas actitudes.

El turista busca recrease y, en parte, sustituir o huir de su contexto inmediato para relajarse. Por supuesto, hay muchos tipos de turistas, desde la persona que trata de cultivarse mediante el conocimiento de otros lugares, gentes y sus manifestaciones culturales y artísticas, hasta aquellos que sin ningún respeto persiguen placeres ilimitados. En todo caso, la mirada del turista, del aficionado novato, amateur o diletante, como se le quiera calificar, es una mirada rápida, sin matices, sin mayores preocupaciones. Esto contrasta, por ejemplo, con la de los viajeros antiguos, sobre todo, que trataban de describir las realidades profundas sin que por ello dejaran de proyectar sus preconcepciones y valores, muchas veces teñidos de etnocentrismo y xenofobia.

La imagen de Merton sobre el desierto y los bungalows para los turistas sugiere también otro aspecto de gran interés. Se trata del desierto como experiencia de meditación, del pensar profundo, de introspección, de encuentro con uno mismo. Es la vivencia de tantos santos y seres justos y sabios que comprendieron que el apartarse del mundo, definitiva o temporalmente, constituía una poderosa herramienta para su propia elevación espiritual y también para entender aquello que se dejaba atrás, el mundo mismo.

La experiencia del turista está orientada más al placer efímero. Ello contrasta con la idea de vivir el desierto, de reencontrarse con la nada y el todo que ella supone, como camino hacia la iluminación o superación y elevación espiritual, el camino de perfección. A veces con un significado iniciático, se trata de una práctica común a muchas religiones y tradiciones espirituales. Ha sido quizá una de las experiencias fundacionales más importantes para el cristianismo y para la Iglesia católica en particular.

Espiritualidad contemplativa y desierto se presuponen. Más allá de la vida eremítica y monástica, el desierto ofrece la posibilidad de un crecimiento mediante la evaluación de la vida propia y de las perspectivas sociales que la enmarcan, aunque no siempre se perciban con nitidez. Tal vez no haya momento más propicio para ponderar las bondades del desierto, como espacio o experiencia de reflexión, que estos momentos actuales de tantas angustias e incertidumbres de todo tipo. Aquietarse y pensar es de gran importancia tanto para Venezuela como para América Latina y el mundo, y en especial para aquellos países con modos de vida occidentales, independientemente de la condición central o periférica o parcial de su carácter occidental, como es el caso de América Latina.

Las respuestas, si es que ciertamente eran tales, a las grandes interrogantes humanas y existenciales y las expectativas generadas en el siglo XX por la utopía racional o científico-tecnológica se han ido disipando. Vivimos un mundo crecientemente tecnologizado e informatizado, pero también cada vez más desigual y excluyente, a pesar de la falacia integracionista de la Globalización. Toman auge ideas y prácticas autoritarias, radicalismos de diversos signos, sea en proyectos políticos o en credos religiosos, cuando no estrechamente combinados ambos en regímenes teocráticos o cuasiteocráticos dado que muchos presupuestos teóricos y políticos se deifican. Ello impide percibir la magnitud de fenómenos como la pobreza, el hambre y la desnutrición, la situación sanitaria, el cambio climático, el racismo, la discriminación, las desigualdades de todo tipo.

El desierto supone tranquilidad, silencio, austeridad y ofrece eso mismo junto al inefable gozo íntimo de tocar y sentir lo inaprensible. Para un creador y para un intelectual, en cualquiera de los vastos campos de la creación artística y la curiosidad intelectual y académica, los beneficios del desierto temporal pueden ser de gran utilidad y fortalecimiento de sus actividades y para la comprensión del mundo y de su mundo inmediato.

Es esencial plantearnos si solo buscamos el mero instante o si apostamos por encontrar la plenitud, no como meros accidentes humanos sino como fines personales u objetivos de vida. De esa manera sabremos si nos conformamos con ser turistas o queremos vencer y nutrirnos del desierto como Jesús para poder afrontar nuestra misión de vida, la cual podremos aprehender precisamente del desierto. Cada uno verá si se queda en la cabaña de la fantasía turística o se toma la molestia de caminar hacia los manantiales de la vida interior y espiritual para fortalecerse y darle ímpetu a su comprensión de sí mismo y del mundo y con ello potenciar su ser y sus haceres, no para huir del mundo sino para entenderlo y entenderse dentro de él y hacerlo menos árido.-

(1) Merton, Thomas. 1999. Paz Personal. Paz social. Buenos Aires: Errepar (Clásicos de Bolsillo, 28) (selección y presentación: Miguel Grinberg). p. 95).

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