El sentido del sufrimiento
Valmore Muñoz Arteaga:
“Suplo en mi carne –escribe San Pablo, resaltando así el valor del sufrimiento– lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24) Más adelante resalta: “me alegro de mis padecimientos por vosotros”, lo cual conduce a San Juan Pablo II a concluir que la alegría de cristiano deriva del descubrimiento del sentido del sufrimiento. Precisamente por ello, Chiara Lubich, resaltaba que su noche no era realmente tan oscura. Estas ideas las desgrano lentamente sobre la página en blanco mientras recuerdo que, en este año que transcurre, cumple cien años El Sentido del Sufrimiento, libro fundamental para comprender el pensamiento de Max Scheler.
Un libro corto que cobró forma gracias a las sombras que promocionaban el fondo histórico de la Primera Guerra Mundial, lo cual revela que no es un documento amparado en la especulación abstracta de un hombre de ideas, sino, todo lo contrario, se trataba de una respuesta concreta y objetiva a la congoja de su tiempo. Aunque, hay que afirmar, además, que el tema constituyó una relevancia central de su experiencia humana. Max Scheler comprendió que el futuro no estriba ni depende tanto de los proyectos más o menos utópicos de ciertas personalidades de acción, sino del redescubrimiento de fuentes interiores que dan sentido al sufrir humano, brindando la potencia solvente que sostiene a la alegría esencial.
Certificar que el sufrimiento tiene un sentido es como afirmar que tiene un para qué, a hallarle cierta justificación, un puesto particular en la existencia de todo ser humano. No obstante, esto no quiere significar que tenga un único y exclusivo para qué ajustado a toda la humanidad, objetivo. Nada más alejado a lo que creemos que es la realidad. Scheler considera que cada individuo debe descubrir, en su propia existencia, dicha justificación, debe encontrar el sentido particular a sus sufrimientos. Esto, de alguna manera, nos recuerda un poco a lo que Viktor Frankl, lector de Scheler, expone en su obra El Hombre en Busca de Sentido.
Max Scheler emprende, de la mano de su intuición y su experiencia objetiva, un peregrinaje por el sufrimiento humano, a partir de un sintiente acercamiento a las distintas doctrinas religiosas y filosóficas que han tratado de identificar la actitud correcta de tomar frente a la realidad del dolor y el sufrimiento en el mundo. Se acerca a la actitud budista, al pensamiento griego a través del hedonismo, el estoicismo, a la visión del sufrimiento en el Antiguo Testamento, para llegar a la visión cristiana del sufrimiento que presenta como una pedagogía del dolor. Escribe que “visto desde las interpretaciones, medicinas, técnicas y anestesias mediante las cuales el genio antiguo quería beberse completamente el mar del sufrimiento, la doctrina cristiana del sufrimiento provoca como un cambio radical y completo de la actitud hacia el sufrimiento”.
A partir de esta revisión, desarrollará en su Ética una teoría de los estratos de profundidad de los sentimientos, desde la cual el dolor y el sufrimiento son considerados de distintas maneras según el sedimento al que se concurra. Mientras mayor sea la profundidad interpretativa y la experiencia del sufrimiento, nos ubicaremos más de cerca con el hombre
“existencial, metafísico y religioso”, es decir, con la persona espiritual, a diferencia del solo organismo vivo o del yo. Cada uno de estos estratos, o modos de ser, van a definir una actuación hasta alcanzar a la persona, que Scheler define como “aquella posibilidad actuante desde lo espiritual, capaz de actos de valor, éticos y morales, a partir de la cual se conforma un ser humano particular desde sus decisiones libres”. Esa posibilidad actuante, para nuestro filósofo, cobra sentido solo a partir de la perspectiva cristiana. Perspectiva que no permite que la noche sea tan oscura, aunque sí desafiante.
Comprende que en el corazón del cristianismo existe un giro, un cambio radical con todo lo que, al respecto, se había dicho y pensado. Jesucristo es ese cambio, Dios mismo hecho hombre, que San Pablo describe como “imagen de Dios invisible, primogénito de todas las criaturas […]. Él es el principio, primogénito de entre todos los nuestros, pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la plenitud y reconciliar por él y para él todas las cosas” (Col 1, 15 – 20) El cristianismo, que contempla la cruz como camino de redención, va a volcar todo el sentido y la actitud radicalmente hacia el dolor reconociendo su realidad con objetividad, y participando del dolor ajeno sin retórica ni falsa negación de la realidad.
“La gran innovación de la doctrina cristiana de la vida, señala Scheler, fue que no consideró como buena la apatía, es decir, el embotamiento para el sentimiento sensible, tal como lo habían hecho la Stoa (estoicos) y los antiguos escépticos, sino que, por el contrario, marcó un camino por el que se podía sufrir el dolor y el infortunio sin dejar por ello de ser dichoso […] La liberación del dolor y del mal no constituye para la Ética cristiana —como en el budismo— la beatitud, sino únicamente la consecuencia de la beatitud; y esa liberación no consiste en una ausencia del dolor y la pena, sino en el arte de sufrirlos de la manera justa, es decir, de un modo dichoso, tomar su cruz dichosamente sobre sí”. Paz y Bien.-
Profesor y escritor
Maracaibo – Venezuela