Lecturas recomendadas

Luján y Pironio

Cardenal Baltazar Porras Cardozo:

Los santuarios marianos latinoamericanos tienen un encanto y atracción inconfundibles lo que les confiere un sentido que supera, mejor va más allá, de la emocionalidad o de la curiosidad. El éxtasis, esa capacidad de transportarse más allá de lo sensible para tocar lo trascendente, lo mistérico, lo divino, no es una cuestión irracional, de magia o de atraso cultural. Es la expresión más genuina del alma religiosa de todos los tiempos.

Visitar nuestros santuarios es algo más que un recorrido turístico o artístico, es entrar en otra dimensión, la que toca la fibra más íntima del ser humano y lo pone en contacto con la creencia hecha fe, esperanza y razón de vivir. Me encuentro en la Basílica de Nuestra Señora de Luján, patrona del pueblo argentino donde reposan los restos del Cardenal Eduardo Pironio que serán elevados a la condición de beato de la Iglesia por decreto del Papa Francisco.

Cada día llegan hombres y mujeres, jóvenes, adultos y mayores procedentes de diversos lugares para orar ante la bella imagen de la Inmaculada Concepción de Luján. A ella se le atribuyen muchos portentos. Su llegada a este lugar está marcado por la “leyenda”, en su sentido más propio, de querer quedarse en este sitio. Los bueyes que arrastraban dos cajas livianas que contenían dos imágenes religiosas se detuvieron en este lugar y no hubo forma de que continuaran camino a su destino inicial a muchos kilómetros de distancia. Al descargar las preciosas cajas, los buenos animales continuaron su marcha, signo de que un mensaje superior indicaba que aquí debía erigirse ermita, lugar de devoción a la imagen morena de la madre De Dios. Corría el año de 1630. Desde entonces se convirtió en el lugar de peregrinación de los habitantes de las pampas y en patrona del pueblo argentino.

La vida de Eduardo Pironio está ligada a este santuario. Siendo el último de 22 hermanos, de padres muy fervorosos, que bajo la protección maternal de la Virgen pudo superar lo que parecía imposible. Trasmitieron la fe a sus hijos, y el último, sintió el llamado a convertirse en sacerdote, siendo en esta basílica donde recibió tanto la ordenación sacerdotal como la episcopal.

Eduardo Pironio es uno de los pioneros de la teología latinoamericana del postconcilio. Uno  de los principales promotores de la inculturación y puesta en marcha del Vaticano II en América Latina, lo que quedó plasmado en la segunda conferencia general del episcopado latinoamericano en Medellín en 1968. Primero como secretario general y luego como presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano CELAM, consolidó lo que a lo largo de estas décadas ha sido el norte De la Iglesia de nuestro continente. Medellín marcó un ritmo acelerado a las decisiones conciliares, a la causa de la justicia, de la prioridad por los pobres, y por darle a la fe cristiana esa raíz en la cotidianidad de nuestros pueblos cargada de simbolismo en la religiosidad popular y en las muchas tradiciones que alimentan el catolicismo auténtico de nuestros pueblos. Pablo VI vio en Pironio uno de sus mejores colaboradores y se lo llevó a Roma donde ocupó el cargo de Prefecto de la Congregación de la Vida Consagrada a la que animó en medio de los cambios culturales y sociales del mundo desde mediados de los años sesenta del siglo XX hasta nuestros días. Su vid interior y espiritualidad profunda subyugó al Papa Montini quien se confesaba con el discreto cardenal argentino. En tiempos de Juan Pablo II pasó a ser el presidente del consejo de los laicos. Entre otras iniciativas a él se le atribuye la idea de las jornada mundiales de la juventud que tanto éxito han tenido en estas décadas.

Un cáncer invasivo lo llevó a la tumba el 5 de febrero de 1998. Sus restos fueron trasladados a Argentina, a los pies de la Virgencita de Luján a la que tanto amó y tantos favores le concedió. Sus escritos son de gran actualidad. La esperanza y el diálogo son parte de la herencia que nos deja en estos tiempos en los que la desesperanza y la conflictividad se adueñan del mundo. Tuve la dicha de gozar de su amistad y cercanía que compartí en muchas ocasiones, encontrando en él un auténtico testigo de la fe y un maestro que enseñaba con su vida. Su beatificación llena de gozo a la Iglesia de nuestro continente pero se proyecta mucho más allá. Como Francisco, salido del fin del mundo fue, es y seguirá siendo un faro de luz para las generaciones actuales y futuras. San Eduardo Pironio, ruega por nosotros.-

14-12-23

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