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Spes non confundit: “la esperanza no defrauda”

Bernardo Moncada Cárdenas:
El pasado 9 de mayo, Solemnidad de la Ascensión del Señor, el Papa Francisco emitió su Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025, titulándola “Spes non confundit”, afirmación tomada de la carta de San Pablo a los romanos. El tema de la esperanza brilla sobre el tapete, en tiempos convulsos y exigentes, tiempos que requieren una gran dosis de tal virtud.
El lector advertirá cuánto insistimos en la necesidad de la esperanza, y no puede menos que animarnos la concurrencia con el tema del cercano Jubileo. La esperanza, traduciendo non confundit, “no defrauda”, sólo la ilusión desilusiona.
Todos esperan. En el corazón de toda persona -escribe el Papa- anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. El esperanzado, a diferencia del iluso, no puede predecir lo que vendrá, pero el mismo hecho de seguir viviendo mantiene esa llamita en el corazón, como la barquita que flota en el mar tempestuoso.
La Bula papal reconoce que las circunstancias hacen brotar sentimientos contrapuestos, enfrentando el previsible escepticismo, el cinismo, y pesimismo, favorecidos por los tiempos que vivimos, el gesto del sucesor de Pedro valora la actitud de quien persiste asido a la cuerda de esa pequeña ancla: “Como el ancla hala y mantiene segura la nave, también en medio de un mar tempestuoso, así -decía el poeta Charles Péguy- la pequeña esperanza tira de la fe y la caridad. Es pequeña, mas es ella quien hace caminar”, se escuchó en recientes Ejercicios dedicados precisamente a la virtud de la esperanza.
El llamado de Francisco aspira a conductas más decididas: la comunidad «no se puede quedar atrás en su apoyo a la necesidad de una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica», una alianza para revitalizar la maltrecha humanidad: «todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente. Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes
En la cripta de nuestra Basílica Menor de la Inmaculada, se halla la lápida del “Excelentísimo Señor Doctor Román Lovera, dignísimo Obispo de Mérida”, consagrado en 1880, cuyo escudo reza; “Spes non confundit”. En momentos de dificultosas relaciones Iglesia-Estado, la escogencia del lema resume el ánimo de quien gobernó la Diócesis por doce años, hasta su muerte en viaje por el centro-occidente de regreso a su diócesis.
¿Soñaría Monseñor Lovera con verse algún día inhumado en la magnificencia del monumento en que había de convertirse su sede catedralicia? La biografía nos lo presenta como un hombre de característica humildad que, sin embargo, rigió la diócesis con firmeza y visión, contemporáneamente al gobierno más anticlerical de la historia venezolana, resguardándola para un futuro que podía venir mejor.
«¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?», la dulce pregunta con que María de Guadalupe calma y fortalece a Juan Diego, es la certeza que cimenta las más sólidas convicciones: existe la esperanza que no engaña; no estamos solos, nunca lo estamos.-

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