Marcos Villasmil:
La foto del ex Presidente ensangrentado, con el puño en alto, y flanqueado por una bandera estadounidense, es ya un retrato indeleble de esta era de crisis y conflictos políticos, de las divisiones y agresiones que se han incrustado en la actual política norteamericana.
Como señalaron inmediatamente actores políticos importantes de ambos partidos, que el ataque no haya logrado su objetivo es claramente una muy buena noticia.
Trump es un mentiroso compulsivo, un delincuente y un populista, pero ninguno de sus defectos puede justificar el atentado contra su vida.
En palabras del expresidente Barack Obama: “en nuestra democracia no puede haber lugar para la violencia política. Aunque no sabemos exactamente y con detalle lo ocurrido, deberíamos sentirnos aliviados porque el expresidente Trump no fue herido de gravedad; todos deberíamos aprovechar este momento para comprometernos de nuevo con el civismo y el respeto en nuestra política”.
Ese civismo y respeto ha desaparecido progresivamente de la escena política norteamericana sobre todo en las últimas décadas, y sin duda una fecha que queda grabada es el 2016 y la aparición en política de Donald Trump.
A pesar de todo lo que ha estado ocurriendo, la democracia norteamericana debe sobrevivir. Y todo tipo de violencia debe ser condenada. El odio no tiene ideología.
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Algunos de los objetivos más recientes de la violencia han sido el líder republicano en el Congreso, Steve Scalise, y la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer; el 6 de enero de 2021, el ex vicepresidente Mike Pence y la ex Speaker de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, junto a muchos colegas, escaparon por los pelos a los aullidos de la multitud en la insurrección del Capitolio -que nunca debe olvidarse fue alentada por el hoy agredido expresidente-.
Por desgracia, Estados Unidos es un país con una historia de asesinatos a presidentes. Cuatro de ellos han sido asesinados. El primero fue Abraham Lincoln en 1865. En 1881 le siguió el republicano James Garfield tras solo 4 meses después de llegar a la Casa Blanca. El tercero, William McKinley, recibió dos disparos mientras saludaba a sus seguidores en 1901. El magnicidio más reciente fue el de John F. Kennedy, en noviembre de 1963.
A esa lista de cuatro presidentes asesinados se une un grupo mucho mayor de otros políticos que sufrieron atentados, por ejemplo:
En la época anterior a la Guerra Civil, el presidente Andrew Jackson fue tiroteado. El atacante disparó dos veces, pero el arma falló.
El expresidente Theodore Roosevelt, al igual que Trump, intentaba volver a la presidencia durante la campaña de 1912. Un tabernero le disparó cuando se dirigía a dar un discurso en Milwaukee. Roosevelt dijo más tarde que una copia doblada de su discurso de 50 páginas frenó la bala, que permaneció en su cuerpo el resto de su vida.
Franklin D. Roosevelt era presidente electo cuando un presunto asesino le disparó en Miami en 1933.
Harry Truman, que asumió la presidencia tras la muerte de Roosevelt, fue atacado frente a la Casa Blanca por nacionalistas puertorriqueños en 1950.
El gobernador de Alabama George Wallace, segregacionista que se presentaba por tercera vez a la presidencia en 1972, fue tiroteado tras un acto de campaña a las afueras de Washington DC. El atentado le dejó paralizado de cintura para abajo.
Gerald Ford sufrió dos intentos de asesinato en 1975.
Ronald Reagan fue tiroteado en 1981 frente al Hilton de Washington, DC, tras pronunciar un discurso. Su secretario de prensa, James Brady, resultó gravemente herido.
Un hombre de Idaho fue acusado del intento de magnicidio de Barack Obama cuando disparó contra la Casa Blanca en 2011.
Finalmente, un caso muy lamentable: El hermano de JFK, Robert F. Kennedy, era senador por Nueva York cuando se presentó a las elecciones presidenciales de 1968. RFK fue tiroteado en el Hotel Ambassador de Los Ángeles la noche en que ganó las primarias demócratas de California.
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Lo sucedido también hace recordar cuán violenta es hoy la sociedad norteamericana. En 2022, según datos de la ONUDD, fueron asesinados en los EEUU 21.593 personas (bien se sabe que esa cifra incluye un número horrorosamente alto de niños y adolescentes asesinados en sus escuelas, en la mayoría de ocasiones por compañeros de estudio). Es la cifra mayor, de manera ostensible, entre los países avanzados. En comparación, en el Reino Unido fueron 618, en Suecia 116, en Italia 322, en España 325, en Alemania 695, en Australia 218, en Francia 1010 y en el vecino del norte, Canadá, 874. La diferencia demográfica no es, por cierto, explicación aceptable.
Para prevenir la violencia política (y no solamente en el país del Norte, recordemos los casos desgraciados de perenne violencia en América Latina, especialmente en nuestro país, Venezuela, en Cuba y Nicaragua) es absolutamente necesario fortalecer el Estado de derecho, defender la independencia institucional de los ataques populistas y extremistas; promover la tolerancia y el respeto a la diversidad, no los discursos a favor de la exclusión y la xenofobia; combatir la discriminación, el fanatismo y los discursos de odio.
La alta cifra de muertes por asesinato en EEUU surge en el altar consagrado a esa asociación llamada la National Rifle Association, perenne y generosa donante a las campañas del partido Republicano, cuyas propuestas de solución a la violencia asesina compiten en insensatez; la mayoría republicana en la Cámara estatal de Tennessee aprobó el pasado abril un controvertido proyecto de ley que permite a los docentes portar armas de fuego ocultas en las aulas de clase.
Lo cierto es que, como acertadamente señalara el diplomático español Javier Rupérez, en Estados Unidos hoy hay más armas que ciudadanos.
Mientras, el desmoronamiento de Joe Biden es una metáfora del desmoronamiento del sistema democrático norteamericano. Se tambalea Biden, pero más aún se tambalea la democracia norteamericana.
Y de ganar Trump, junto al apocalíptico y joven candidato a vicepresidente, el llamado sueño americano quedará hecho cenizas por un dúo presidencial profundamente populista y reaccionario. Trump no es sólo un narciso, sino un narciso crecientemente autoritario. En estos momentos, la felicidad de su amigo Vladimir Putin no tiene límites, y las democracias europeas deben prepararse para tiempos profundamente peligrosos.
La foto del atentado al expresidente no muestra sólo una potencial víctima, sino a quien ha sido un victimario de la convivencia, del respeto al pluralismo y de la sensatez democrática.
En el actual clima político pasar de victimario a víctima es cada vez más fácil.
La violencia política siempre comienza con palabras y acaba saliendo por el cañón de un arma.
La foto del atentado muestra que la agresión iba dirigida a Trump, pero terminó dándole mate a la campaña de Biden.-
América 2.1