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Vestidos de fama, desnudos de fe

Mensaje a la iglesia en Sardis

Rosalía Moros de Borregales:

La iglesia de Sardis ocupa un lugar inquietante entre las siete iglesias a las que el apóstol Juan escribió en el Apocalipsis. Desde el saludo podemos notar una afirmación que impacta: “Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto.” Ap. 3:1. Al leerla, volcamos la mirada a nuestro interior e inmediatamente surge la interrogante: ¿Es posible vivir de tal manera que estemos muertos espiritualmente y creamos estar vivos? A diferencia de otras iglesias, en el mensaje a Sardis, no se menciona persecución externa ni una figura herética como la causa de su problema. Por el contrario, el diagnóstico que el Espíritu Santo revela a Juan, no apunta hacia el enemigo sino al interior de la iglesia misma; se señala que tenía apariencia de estar viva, pero realmente estaba muerta.

 

Sardis era una ciudad situada en Asia Menor, actual Turquía, al pie del monte Tmolo, sobre una llanura fértil atravesada por el río Pactolo, famoso por su arena rica en oro. Una ciudad ubicada en un lugar de privilegio, capital del antiguo reino de Lidia y una de las ciudades más ricas del mundo antiguo. En su apogeo en el siglo VI a.C., Sardis fue gobernada por el legendario rey Creso, famoso por su inmensa riqueza. Aunque en la época en la que el Apocalipsis fue revelado a Juan ya no era capital política, seguía siendo centro comercial, religioso y cultural. Fue un gran centro de comercio textil, especialmente de tintes y lana. Se le atribuye la invención de la moneda acuñada en oro y plata, un gran avance económico de la época. Además, era rica en metales, y rodeada de tierras agrícolas fértiles. Su comercio la mantuvo como ciudad próspera, aunque su gloria política había declinado. Era una sociedad cosmopolita, con un estilo de vida cómodo, aferrado a la riqueza, el entretenimiento y el lujo. Tenía fama de ciudad relajada, confiada, e incluso moralmente laxa. Según el relato del historiador Heródoto “Sardis cayó no por debilidad, sino por exceso de confianza”.

 

La afirmación hecha por Cristo en el saludo a Sardis no solo impacta, sino que desenmascara una tragedia espiritual, una verdad que podría ser la causa, de la imposibilidad de la cristiandad actual, para impactar al mundo con el mensaje del evangelio de Jesucristo. Los cristianos tenemos reputación de vida, de una u otra forma nos hemos esforzado en manifestar el amor de Dios; sin embargo, en la realidad pareciera que estamos desconectados del Espíritu Santo. Al comprender el contexto de Sardis, podemos ver con claridad la precisión del mensaje. Sardis fue una ciudad rica, gloriosa, pero también se ganó la reputación de estar distraída. Debido a su falta de vigilancia cayó dos veces, víctima de ataques sorpresivos.

 

La historia secular de Sardis resuena con la advertencia profética: “Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir…” (Ap. 3:2) Cristo les recuerda que la vida de la Iglesia proviene sólo del Espíritu, no de su fama, ni de su actividad, ni de su historia. El problema de Sardis no era teológico, sino espiritual y moral; no era una iglesia perseguida, sino una iglesia acostumbrada a su rutina que no les exigía mayores esfuerzos. Tenían obras incompletas, habían dejado morir lo que una vez estuvo vivo. En este punto resalta una desconexión entre la apariencia y la realidad. Sardis se encontraba en un estado de letargo espiritual; había olvidado la enseñanza de Jesús: «Velad, pues, en todo tiempo, orando para que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre.” Lucas 21:36.

 

No obstante, Dios nos confronta con nuestra verdad no para acusarnos y condenarnos sino para restaurarnos. El llamado fue claro y urgente, como continúa siendo en la actualidad: “Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; guárdalo, y arrepiéntete.” Es necesario preservar lo que hemos recibido, cuidarlo como a un tesoro. De otra manera, “¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?… Hb. 2:3 Y, si la hemos descuidado, es necesario volver el corazón arrepentido a Dios para hallar su favor. “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.” II Cron. 7:14.

 

En un mundo que grita con orgullo “no me arrepiento de nada en la vida”, el llamado constante de Dios es al arrepentimiento; palabra que según su origen, del griego metanoien, se traduce como un cambio de mente, denota un cambio de dirección de nuestros pasos y decisiones. Se trata del corazón, tal como lo expresara el rey David en su oración de arrepentimiento, el Salmo 51(10) “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.” De tal manera que, pensar que no es necesario arrepentirse de nada es simplemente un acto de soberbia. No se trata solo de lo que hacemos erróneamente sino de aquello que dejamos de hacer, las tareas que nos han sido asignadas y dejamos de lado con indiferencia y negligencia.

 

Luego, la imagen del ladrón en este pasaje pareciera conectar con el estilo de vida despreocupado e indiferente de la iglesia. “Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.” De la misma manera como vives, así también serás sorprendida, como ladrón, que asalta cuando menos lo esperas. Acaso, ¿no nos ha pasado que en un abrir y cerrar de ojos nos cambia la vida? Sin entender por qué o para qué. Particularmente, he experimentado que todos esos asaltos, aunque puedan llegar con apariencia de sufrimiento, causando heridas en nuestro ser, nunca son como las heridas del pecado que nos aleja de Dios. “Fieles son las heridas del que ama; pero importunos los besos del que aborrece.” Prov. 27:6.

 

Sardis es un espejo incómodo para el cristiano de hoy, para muchas iglesias en la actualidad. Nos enseña el peligro de vivir de apariencias, nos insta a examinar la realidad espiritual individual y el colectivo eclesial. ¿Somos creyentes de ritos, sin comunión verdadera con Dios? ¿Somos creyentes con una imagen de vida pero por dentro estamos muertos? Debemos comprender que mientras más nos acerquemos a Dios, más seremos rechazados por aquellos que exaltan el ego; aquellos que viven una vida digital maravillosa pero que no son capaces de lidiar ni con ellos mismos. Aún más, cada día nos debemos apropiar de la idea y sentirnos agradecidos de que Dios siempre tiene un remanente. “Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas.” A esas personas debemos identificar y unirnos a ellas para crecer conforme a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Quienes lo busquen de todo corazón recibirán vestiduras blancas, el perdón de nuestros pecados por medio de la sangre de Cristo. Sus nombres no serán borrados del libro de la vida, la ciudadanía celestial. Y serán confesados por Jesús delante del Padre y sus ángeles, reconocimiento como hijos de Dios, aceptación gloriosa.

 

“El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” Ap. 3:1-6.

 

Rosalía Moros de Borregales

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