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¿Se Agita Algo en Occidente?

Robert Royal, editor en jefe de The Catholic Thing:

La semana pasada, la República Checa eligió a un multimillonario anti-sistema, Andrej Babis, como primer ministro. El New York Times calificó ese paso como una «nueva amenaza» para la unidad europea. Ajustado a la verdad, en cierto modo, porque ha habido varios otros pasos recientes en la misma dirección. La ironía de esta forma de ver las cosas, sin embargo, es que el Times y muchos de sus lectores piensan en la Unión Europea como si esta fuera una especie de Sacro Imperio Europeo. Los europeos y otros que ven a la burocracia de la UE –no obstante cualquier bien que la UE pueda haber hecho- como arrogante y carente de «transparencia democrática», son vistos como renegados peligrosos y «autoritarios». (El partido de Babis, ANO, por cierto, es un acrónimo que significa «Acción de Ciudadanos Insatisfechos»).

Mientras tanto, un día después, en la cercana Austria, Sebastian Kurz, un ministro de Asuntos Exteriores e Integración de 31 años (y católico practicante), se convirtió en primer ministro, en lo que el Times llamó un nuevo «giro hacia la derecha» dentro de “La nueva normalidad de Europa». Tan fuerte es el rechazo a las fronteras abiertas y a las políticas pro-musulmanas de Europa, que los votantes le dieron a este joven relativamente inexperto (un fuerte partidario de la Unión Europea) y a otros partidos austriacos de derecha, casi el 60 por ciento de los votos.

Algo se mueve en el Viejo Occidente.

Estamos viendo una reacción incipiente, aunque todavía desorganizada, en el mundo desarrollado respecto de las formas en que lo que podría llamarse «liberalismo autoritario» ha llegado a dominarnos. El trumpismo, por supuesto, es el ejemplo más obvio. Pero incluso en Europa —el lugar que parece haber ido más lejos por ese camino antiliberal— algo extraordinario está en marcha.

Brexit, la retirada del Reino Unido de la Unión Europea, es la parte menos sorprendente de ello. Los británicos solo han sido miembros a medias de la UE, y nunca entraron en la unión monetaria. Hay algo en la mente pragmática angloamericana que no se acomoda fácilmente al tipo de burocracia irresponsable de Bruselas. Las laxas políticas de inmigración, mientras Londres ha sido repetidamente golpeado por ataques terroristas, fueron la gota que colmó el vaso. En cierto modo, el Brexit es desafortunado porque, como me dijo recientemente un amigo italiano, «sin los británicos, los europeos somos, en nuestra mayoría, simplemente ex fascistas, ex nazis, ex comunistas».

En Francia, madre del gobierno dirigista, con un pueblo acostumbrado a ser administrado desde París, el Frente Nacional — un día considerado demasiado de extrema derecha y contaminado por el antisemitismo anterior— recibió un tercio del voto popular en una elección extraña, más temprano, este año. Emmanuel Macron, el actual presidente, no fue tanto una elección popular como una alternativa tolerable. El Front National tiene un pesado bagaje histórico, y puede que tenga éxito o no en el futuro, pero un gran segmento de los franceses, mucho más grande que el voto real a favor del FN, está buscando algo que haga retroceder las amenazas terroristas a Francia y, quizás lo más importante, que asegure la identidad francesa.

Gran parte de la resistencia en varios países europeos se debe tanto a una potente combinación de quejas contra la UE como a la oposición a la masiva inmigración musulmana (y al miedo al terrorismo). Pero la causa más profunda puede ser, simplemente, la percepción de un desmoronamiento de una forma de vida europea común y la pérdida de las tradiciones nacionales. La canciller alemana, Angela Merkel, y el Papa Francisco han presionado mucho para abrir las fronteras, promover la asimilación y calmar los temores. Tanto los medios de comunicación convencionales de Europa, como los de Estados Unidos, han tratado en gran medida de ayudar con esa tarea.

El resultado no ha sido un giro hacia una mayor apertura, sino una resistencia creciente: Sorprendentemente, la «vieja – derecha» Alternative für Deutschland, acaba de obtener el 10 por ciento de los votos en una Alemania todavía sensible a su pasado nazi; se ha reforzado la vigilancia de las fronteras dentro de la UE; y varios países incluso han construido vallas, especialmente en Europa central y oriental, donde la amenaza percibida y, por lo tanto, la resistencia, es mayor.

La opinión usual desde Bruselas es que los nuevos movimientos de nacionalismo / patriotismo ahora en Gran Bretaña, Francia, Alemania, Holanda, Hungría, Polonia, Eslovaquia, la República Checa y algunas de las naciones balcánicas son retrógrados y antidemocráticos. Por el contrario, muchas personas en esos países sienten que es Bruselas quien opera con una mano pesada en contra de los intereses y deseos de varios pueblos europeos.

Hay mucho espacio para criticar a los nuevos movimientos de resistencia, por una legislación torpe y mal pensada, ineptitud en la acción, corrupción, demagogia populista, las enfermedades políticas habituales. Lo que no se puede negar, sin embargo, es que gran parte del público en América del Norte y Europa siente una amenaza a su cultura, sistemas políticos y creencias religiosas, que emana de lo que se supone son los sectores ilustrados de la sociedad.

Hay razones válidas para preocuparse por los nuevos movimientos de resistencia. El temor a la forma en que Europa ha permitido imprudentemente la entrada de más de un millón de inmigrantes difíciles de asimilar —muchos musulmanes jóvenes— puede convertirse en una especie de xenofobia. Nuestros líderes religiosos y seculares tienen razón al advertir sobre eso.

Pero no podemos permitir que la apropiada noción cristiana de dar la bienvenida al extraño nos ciegue a otras verdades; más prominentemente, las amenazas que ciertos extranjeros pueden presentar. Esto es duro de decir, para las naciones con una historia cristiana y republicana. Pero es simplemente cierto que si, digamos, un millón de brasileños aparecieran repentinamente en la puerta de Europa, ello presentaría problemas, pero no el tipo de temores que estamos viendo ahora desde Escandinavia hasta el Mediterráneo, las Islas Británicas hasta las fronteras con Turquía.

Probablemente era inevitable que sucediera algo así, dado el estado de la cultura occidental. Aparte de la agitación en el Medio Oriente, que ha impulsado el terrorismo y los refugiados, últimamente nos hemos considerado una no-cultura, como sociedades cuyo único papel es estar abiertos al Otro. Deseosos de valorar todas las culturas, excepto la nuestra.

Pero los sabios saben que la naturaleza aborrece el vacío. Y si no defendemos lo que somos y hemos sido, podríamos preguntemos, con razón, si siquiera continuaremos defendiéndonos. Será mejor que aprendamos a hacer eso de una manera inteligente y sobria —ahora mismo— a que pospongamos las decisiones hasta cuando solo funcionen las intervenciones más radicales.

Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de:

https://www.thecatholicthing.org/2017/10/23/something-stirring-in-the-west/

Sobre el autor

El Dr. Robert Royal es editor en jefe de The Catholic Thing y presidente del Faith & Reason Institute en Washington, DC. Sus libros más recientes son Columbus and the Crisis of the West A Deeper Vision: The Catholic Intellectual Tradition in the Twentieth Century.

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